Los reyes y los padres

22 (1)De las innumerables e impredecibles derrotas que sufriremos a lo largo de nuestras azarosas vidas, la primera de todas ellas es la que nos golpea la noche del 5 de enero, cuando caemos vencidos por el sueño mientras esperamos con ansiedad el arribo de los tres Reyes Magos y sus cabalgaduras.

Frente a nuestra puerta hemos dejado forraje y agua para saciar el cansancio de los camellos que vienen desde Oriente llevando los regalos que sus majestades nos dejarán a su paso, pues hemos sido merecedores de ellos, tanto por nuestro comportamiento en la escuela, como por nuestra aplicación filial.

Nos preparamos todo el día para el firme propósito de esperarlos despiertos, con el impulso que nos da la ilusión de verlos llegar, de mirar sus trajes, sus barbas. Cada uno de nosotros tiene su rey mago preferido. Junto a papá y mamá entramos en la milagrosa noche jalándonos el insomnio. Pero es inútil. Las sombras nos van cercando, el túnel de estrellas por donde han de venir se diluye en el silencio mientras nuestros ojos se cierran lentamente, y los brazos de papá se convierten en un nido acogedor, cálido y seguro.

Esta es nuestra primera derrota, precisamente, en una noche mágica. El sueño vencedor termina a la mañana siguiente cuando nos catapultamos hacia la zona de los regalos.

Color, asombro, emoción. La felicidad está en esos paquetes y en comprobar que los jinetes han pasado y los camellos han comido y bebido.

Ahí se ven los restos del menú esparcidos por el suelo confirmando la visita. Las futuras derrotas ya no vendrán desde el sueño, y serán otros los restos que marcarán nuevas llegadas.

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Pero esta noche única de enero es nuestra. Y aunque ahora nos quieran solapar un señor que vuela en trineo y viene del frío y desde las blancas tierras del norte, nosotros, los niños de este lado del mundo, amigos también de aquellos niños lejanos, seguiremos fieles a los reyes Melchor, Gaspar y Baltasar. Cada 5 de enero nos encontrará decididos a mantenernos despiertos para recibirlos y ofrecerles alimento y saludo. Y seguiremos aferrados a esa ilusión hasta alcanzar definitivamente la noche en la que nos vencerá el postrer sueño, mientras cruzamos un horizonte irreversible, y nos alejamos para siempre, sin haber visto nunca a nuestros queridos Reyes Magos.

La Vanguardia 3-01-2005

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