Garrotazos en el estadio

saturnoSin pretender frivolizar algo tan íntimo y profundo como la fe, podríamos, eso sí, construir una analogía frente a los acontecimientos actuales. Dos aficiones se enfrentan en un estadio de fútbol. La mayoría de cada una de ellas anhela, por supuesto, el triunfo de su equipo. Pero hay una minoría radicalizada en ambas, dispuesta a enfrentarse violentamente a la otra. La sangre del enemigo será el verdadero triunfo de su club. Son los ultras. Aquí no importa el juego ni, incluso, el resultado. Aquí no importa Dios. Aunque en nombre de Dios arrasemos el mundo.

Desde la calenturienta concepción del fanático religioso, Dios se manifiesta sólo en el combate a muerte contra otro dios que no merece ser venerado. En nombre de mi Dios aniquilo dos rascacielos de tu ciudad; en nombre de mi Dios te expulso ahora de las tierras que me han sido dadas hace cuatro mil años; en nombre de mi Dios extraigo tu riqueza a sangre y fuego para instaurar mi bienestar. Sólo mi Dios contra los otros farsantes.

El ejército del Bien contra el imperio del Mal. Frente al vértigo de los últimos acontecimientos -y los que vendrán- lejos de tanto maniqueísmo, nos preguntamos confundidos dónde está el bien y dónde está el mal. Así, en minúscula, porque deseamos una fe tranquila, que proyecte un mundo menos sanguinario, sin inmolaciones salvajemente asesinas, sin Dios en las monedas y sin niños acribillados en las rodillas de un padre entre dos fuegos.

Nos preguntamos si es una utopía establecer la unidad del hombre como centro, equidistante a una nueva ética, a una nueva concepción de vida y a un nuevo destino. Tal vez, entonces, hasta Dios querría ser amigo del hombre. Porque si no…¡qué pena haber bajado del árbol hace ya un tiempo para terminar viendo cómo dos monos, dando histéricos alaridos, se muelen a garrotazos en la tribuna más alta del estadio mientras las aficiones no decimos ni pío y el árbitro mira para otro lado!

La Vanguardia 13/10/2001

hiroshima

 

 

 

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