Identidad o mestizaje
Posted on 25 marzo, 2015 in Artículos en La Vanguardia
Viajemos en el tiempo. Once de septiembre de 2020, plaza Sant Jaume. Una multitud emocionada canta Els Segadors mientras flamean las senyeras. Acerquémonos a ese coro para ver cómo se confunden en un mismo cuadro, rostros cetrinos e indiados con barbas blancas de curtidos pageses; ojos achinados con otros de rasgos eslavos y manos de piel negra con los de cabellos enrulados. Es la Catalunya del futuro que, en definitiva, es la Catalunya de siempre.
Ahí escucharemos como enronquecen a voz en cuello, los hijos de los inmigrantes de hoy, (esos que algunos miran con desconfianza y hasta con temor, advirtiéndonos de un peligro de “invasión” o de mestizaje, olvidando que lo que se denomina identidad es una manera dinámica de ser, de manifestarse, de convivir dentro de un contenido) junto a los descendientes de los más profundos apellidos catalanes. Los unirá un seny más multicolor, más jocundo, incluso. La identidad es ese don del movimiento social que debe ser custodiada en su despliegue y tener la virtud de ser adoptada por todo aquél que se acerque a ella, viviéndola como parte de sí mismo, como el motivo de su propio desarrollo. La identidad de un pueblo es la suma de un largo proceso de búsqueda de orígenes y también de nuevos arribos y de sincréticos aportes. Los inmigrantes no vienen a usurpar una identidad. Es tarea de los dirigentes políticos y sociales que ese camino de integración no se transforme en un calvario, ni en la clandestinidad de los guetos, sino en el esfuerzo de entender al otro y luego, acercar distancias, (sin dejar de contener y condenar incluso, a aquellos que sólo llegan para ampliar el campo de sus mesianismos y atrocidades o para afirmar la estructura mafiosa de sus proyectos), mientras la próxima generación se une a esta sociedad enriqueciéndola con sus raíces y sus tradiciones. La paradoja asoma cuando pensamos que si en vez de conquistar y expoliar mundos lejanos y dejar una herencia corrupta durante siglos, se hubiera acercado a ellos para conocerlos o integrarse solidariamente, no existirían hoy suspicacias ni recelos, y la llegada del otro sería también un limpio toque de identidad. Aunque toda esta coyuntura vital desaparece cuando recordamos, al fin de cuentas, que sólo somos parientes cercanos de la mosca del vinagre.
La Vanguardia 11/11/04