Nuestros queridos locos
Posted on 26 marzo, 2015 in Artículos en La Vanguardia
Cierta vez decidieron darse la mano, se saludaron muy cordialmente y se despidieron de ellos mismos para largarse por ahí, a un desconocido mundo donde todo es libertad y la vida se mueve fuera de foco dentro de una niebla de sueltos colores. Son nuestros queridos locos.
En una infinita escala de lo trágico a lo divino ellos son las primeras estrellas y al mismo tiempo los mejores guionistas de fantásticas historias, que los que estamos de este lado de la verdad relativa no nos atreveríamos a exhibir en el escenario de nuestros forzados límites.Cada pueblo tiene su loco. En un pueblo pequeño, el loco del pueblo; en una barriada, el loco del barrio. En las exuberantes metrópolis los locos conquistan territorios mucho más vastos, abriéndose paso entre multitudes severas y endeudadas. Aquel loco del pueblo está más cerca de los vecinos. Se le quiere, es uno más del lugar, y hasta se llegan a conocer sus mañas y sus necesidades inconexas.En las grandes urbes son tantos nuestros locos que nos ofrecen una variedad temática casi enciclopédica. Están, por ejemplo, los que se resisten a entregarse en una guerra que terminó hace más de cincuenta años y con frecuencia cruzan las esquinas como si fueran trincheras mientras enarbolan un paraguas imaginado de mosquetón; están los que nos obsequian con un aria de ópera en una estación de metro; los que se ofrecen a terminar con todos los males del mundo y se explayan continuamente en auténticos discursos insólitamente actualizados con los hechos del día; los que bailan al son de una música que ¡ojalá! escucharan los peatones; los que discuten insistentemente con un interlocutor invisible hasta llegar, a veces, a un insólito enfrentamiento físico. Y también están los que nos parten el alma porque se han vuelto locos por amor -no son un bolero- y trajinan las calles murmurando un nombre definitivamente eterno.Nuestros queridos y necesarios locos. Van y vienen y no sabemos dónde duermen, en qué bolsillo guardan su pasado, quién cuida esa ternura sin horario que no pide contrapartida. Tal vez «una tarde mustia y desabrida» nuestros queridos locos quieran invitarnos a compartir sus sueños.
La Vanguardia 08/10/2002