Ponencia en el Encuentro de Escritores por la tierra-marzo 2007

 

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LO POSIBLE VERSUS LO NECESARIO EN UN MUNDO CONJETURAL

En primer lugar, deseo agradecer la invitación que me hiciera Mare Terra Fundación Mediterrània, y a su presidente Ángel Juárez, y al poeta Ernesto Cardenal que preside la Fundación para el Desarrollo de Solentiname, confirmando en este caso, cómo se puede desde el ámbito más cimero de la literatura, convertirla en una instrumento de abrigo y observancia de la cercana naturaleza. Y si me permiten, a título personal, quiero también dejar expreso reconocimiento al apoyo recibido por mi amiga Carmen Conejo que posibilita en gran medida mi presencia en este Encuentro. Yo soy un simple escritor del tumulto, pertenezco a él y vivo con mis libros inmerso en él. Disfruto del placer estético de saborear la opinión del lector en un juego de aproximaciones críticas.

Curioso Encuentro éste donde nos vemos las caras científicos de alto nivel y trabajadores de la cultura y la palabra. En esta oportunidad –y tal vez por su propia esencia – la palabra Encuentro no tiene la acepción de un enfrentamiento de tipo competitivo, -no somos gladiadores de justas intelectuales- sino de una cita complementaria. Los escritores trabajamos la fantasía hasta el borde último del lenguaje y la imaginación. Nuestros compañeros científicos también se asoman a la fantasía, pero van más allá y la transforman en aplicaciones vitales. Somos ambos, en realidad, espiritualidades ecuménicas forjadas en el tiempo y la necesidad.

KING KONG Y EL PEQUEÑO UTILITARIO

Partimos desde nuestros oficios para reflexionar sobre las cuestiones que nos inquietan y nos reúnen. A los escritores se nos hace sencillo abrir camino con sólo algunos destellos gramaticales. Estamos debatiendo cuestiones del mundo que nos rodea. Intuimos –sin certeza aún, de ahí lo conjetural en el título de esta charla- que algo no va bien y además esto sucede tan cerca de nosotros que podemos llegar a sentir que somos nosotros mismos los que no vamos bien. Buscamos la respuesta a ese malestar en los adverbios pero no todos nos ayudan. Sabemos el cuándo, el dónde, pero no siempre sabemos el cómo. Con la mejor buena intención nos esforzamos en revelar este cómo. Venimos intentándolo desde hace largo tiempo, paralelo a la historia de nuestra civilización, para acabar confirmando que hay momentos, enormes segmentos de tiempo, en el que la realidad nos abruma, nos supera y nuestras estrategias se desmoronan ante el avance de energías superiores a nuestros deseos. Es como si viéramos a un enorme King Kong aplastando un pequeño vehículo a su paso arrollador. Tal forzado ejemplo no despertaría más que una sonrisa si no fuera que el vehículo es destrozado con su conductor adentro.

¿Por qué nos atrevemos a enfrentar lo posible con lo necesario? Porque pensamos que el concepto “posible” no llega a dinamizar las conclusiones y tiene algo de abstracción y otro poco de determinismo. A eso “que no va bien”, urge exigirle lo “necesario” que mueva, que genere, que actúe, y al mismo tiempo, se autoalimente de su función crítica y el rechazo a cualquier visión ecléctica y coyuntural. Sin esta complementariedad sincrónica no puede haber avances sino espejismos.

 

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En el año 1967, la dulce voz de la cantante argentina Mercedes Sosa entonaba una “Canción para un niño en la calle”. Sus primeros párrafos decían: “A esta hora, exactamente, hay un niño en la calle. Es honra de los hombres proteger lo que crece, cuidar que no haya infancia desnuda por las calles”. Pues bien, el miércoles 17 de enero del año 2007, -cuarenta años después, cuatro décadas después, miles y miles de horas después de aquella hora del niño en la calle- uno de los periódicos gratuitos que se regalan en las calles de Barcelona traía este titular en sus páginas interiores: “150 millones de niños viven en la indigencia” Trayendo aquella canción a este presente nos quedan dos reflexiones: la primera, es que las estadísticas se han convertido en eufemismo; la segunda –y esta es que nos debe ocupar y preocupar- es que hay algo que no hemos hecho, o lo hecho ha fracasado. Por sobre estas confirmaciones, nos corresponde dejar constancia que miles de seres buenos entregaron sus vidas durante estos cuarenta años en la defensa y protección de esa niñez. Tenemos que convertirnos en la generación –no biológica sino ética- que dignifique aquél esfuerzo, tenemos que levantar la “honra de los hombres”, no sólo para proteger a ese niño sino para proteger el ambiente, el paisaje, el aroma, el sonido, el color, la paz y el horizonte que debe rodear a ese niño. ¿Y cuál debe ser, a nuestro entender, el principio fundacional de un comportamiento ético? Desarmar la violencia.

Preguntémonos si realmente la violencia es intrínseca al comportamiento humano, si la violencia es necesaria para el desarrollo y si la violencia justifica y viene justificada por la historia. Si fuera así, la paz, más que paradoja, sería una herejía. Al convertirse en un patrón de conducta sostenida a su vez por los cuerpos teóricos que son cómplices de estructuras dominantes, la violencia se permite no tener límites. El primero que se propone eliminar es el de la vida misma. Pero la ruptura de ese límite, al mismo tiempo la desnuda, porque provoca al más abstruso de los interrogantes: ¿un mortal matando a otro mortal? Se nos hace que esta es la más curiosa, extraña y despiadada e inútil manera de ganar tiempo. ¿Dónde se esconde toda la filosofía que buscó la respuesta? ¿Dónde está el click que nos conduce a esto? ¿Cómo es posible que después de miles de años de acumulación intelectual y de tener la capacidad única y exclusiva de imaginar lo simbólico, vengamos a darnos de bruces con esta barbarie? ¿Cómo es posible que produciendo tantos bienes producimos también tantas desigualdades? ¿Quién avala que medio mundo alfabetizado conviva sin el menor complejo de culpa con miles de millones de analfabetos profundos estructurales? ¿Cómo es posible que la humanidad en su conjunto, unos y otros, los llamados ricos y los llamados pobres, sólo llegamos a vivir para el simple suceso de sobrevivir, de alcanzar y desear necesidades de uso como fin último y no tener la sabiduría de superar toda antinomia para ir al encuentro de las más bellas y armoniosas de las convivencias que nuestra propia condición nos otorga y de la cual somos los únicos responsables. ¿Estamos desaprovechando la razón? ¿Acaso no nos envilece matar por un pedazo de tierra, reprimir por una bandera, exaltarnos por un himno bélico? ¿Por qué nos dicen que nuestra libertad termina cuando comienza la del “otro”, cuando precisamente, el valor de ella se encuentre en que se integre, sea también parte y patrimonio de la libertad del “otro”? ¿Todo esto –violencia y exclusión- es intrínseco al hombre? Creemos que no. No tenemos un sino: nadie ni nada opera fuera de nosotros en el trabajo de levantar nuestras vidas. Interesantes y precisa llegan en este momento las palabras de James Lovelock, el autor de “La crisis climática y el destino de la humanidad” cuando afirma: “Como animales individuales, no somos tan especiales, y de alguna forma, la especie humana es como una enfermedad planetaria, pero a través de la civilización podemos redimirnos y nos hemos convertido en un magnífico activo para la Tierra”. ¿O es que tendremos que llegar a la conclusión que el hombre no es malo por naturaleza sino absurdo?

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¿ENFERMOS O…ENFERMEROS? (HAMLET SOMOS TODOS)

Esa es la hora de la cultura. Pero ¡cuidado con la cultura! Que no devenga en manipulación ni en opacidad de valores. La cultura es una conquista universal del género humano. Y es, al mismo tiempo, su cualificada excedencia, su válido abuso estético, su ejercicio de libertad y terminará siendo, -siempre y cuando sepamos proteger sus códigos-, nuestro elegante destino. Por largo y penoso que sea, (como puede comprobarse echando una mirada hacia los viejos siglos), es el camino. Fuera de él conviven las impotencias y los fracasos. Por lo tanto, la tarea ya está marcada. A ella nos atrevemos. Por eso importa descifrar primero lo real para luego alcanzar lo necesario y por último conquistar lo deseado. A eso nos lleva la cita de ., porque si dos ejemplares de la misma especie, pueden producir al unísono distintas y enfrentadas manufacturas –uno puede crear una vacuna salvadora, y el otro puede construir un misil que aniquilará todo vestigio de vida a su paso- entonces, esa especie está enferma y, en consecuencia, su entorno también.

Veamos quién es realmente aquel gorila monstruoso que destruye todo a su paso.

1) Hablamos de paz en un mundo donde existen hasta “guerras olvidadas”, perdidas en los mapas que dejan paso a las otras, de primera línea, de machacadores titulares, guerras priorizadas por sobre las otras que esperan a su vez, -mientras crecen sus víctimas-, ocupar las principales atenciones. Con un gran despliegue de medios y presiones, como una densa hidra, los constructores del conflicto nos van cercando con enmarañadas sinuosidades para que terminemos aceptando las imágenes de los bombardeos en el telediario de la noche, que es la hora de la cena en el “primer mundo”. Sólo a partir de equis muertos las guerras se hacen insoportables. Antes de ese guarismo, las encuestas señalan un apoyo a la contienda. Hay que esperar a los equis muertos y entonces la opinión pública televidente comienza a cuestionar lo que antes justificaba. Las guerras se desarrollan, en su mayoría, lejos de nuestras casas de ciudadanos de países poderosos, pero cuando los féretros comienzan a llegar, parece que las guerras se aproximan y hasta se puede oír el tableteo de las ametralladoras dentro de nuestros cuidados jardines. Ahora toca buscar el antes que nos ayude a impedir la guerra. Lo intentamos. Salimos millones a las calles a exigir la paz antes. Somos un verdadero ejército moral denunciando el crimen que se va a cometer. Pero la guerra no se detiene. A la guerra, realmente, ¿la detiene la paz o la victoria? Y la paz, ¿no es muchas veces sólo consecuencia de la mala puntería?

2) En las últimas décadas han surgido no más de una docena de grupos mediáticos y publicitarios que dominan y difunden la información de masas, -como la define acertadamente Ignacio Ramonet– en el ámbito planetario con la televisión como barco bandera de toda esta flota. La televisión es un arresto domiciliario, nos conduce al sillón, ordena abandonar toda tarea, sea ésta creativa o no, nos introduce, en la mayoría de los casos, en un mundo ficticio, ruin, mediocre, absurdo y sobre todo, manipulador, de colorido insultante y de vociferaciones logomáticas. La televisión, es en la actualidad, el instrumento más poderoso de dominación mental y social. Y el más difícil de contrarrestar. Tan en así que lo auténticamente cultural ocupa un rincón casi clandestino en la parrilla, marginado por hipnóticas imágenes deportivas, de entretenimientos ridículos y de seriales vacías de testimonios. ¿Qué minutaje tendrá en las cadenas internacionales de televisión, por ejemplo, nuestro Encuentro? Pongamos el oído a su catódico lenguaje. Así como existe un libro de estilo en determinados medios (no siempre respetados) hay también un libro de manipulación en la televisión, no escrito, pero que contiene precisos conceptos para alcanzar determinados fines. La televisión es también un arma de terror. Las imágenes responden a esa manipulación, son tributarias de un proyecto y muchas veces hasta del anunciante de la programación. ¿Se hace necesario dar un vuelco en las encuestas para un determinado apoyo a cualquier rectificación política, por ejemplo? Ahí está, entonces, la televisión para poner su lenguaje y sus imágenes. Y en dos o tres telediarios se logra modificar ideas y voluntades. Pongamos un ejemplo: si de aquél mar de millones de seres que salen a pedir paz frente al peligro de una guerra inminente, se desprenden algunos manifestantes expresando su protesta contra un escaparate, eso es todo lo que necesita la televisión –que sin duda responde a intereses afines a la guerra- para demostrar que era una “manifestación violenta”. La manipulación está servida. ¡Cómo no le vamos a creer a ese especie de cuarto profeta monoteísta! ¡Cómo no le vamos a creer a quien desde la pantalla, nos está “informando” y mostrando las imágenes de lo que sucede! ¡Cómo vamos a pensar que alguien “de la familia” nos pueda mentir dentro de nuestra propia casa! Y así, sutil y arteramente nos van envenenando la información al antojo de los intereses más espurios y especulativos. Si toda esa inteligencia y ese oficio –que es mucho- se pusiera hoy al servicio de una ética mediática, nuestro momento social se encontraría mucho más cualificado. Dentro de muy poco tiempo Internet llegará a nuestros televisores y se producirá un cambio sustancial de contenidos y formas de ver. Podría ser un momento interesante para intentar forzar una selección autónoma e independiente. Un pulso entre la manipulación y la libertad siempre y cuando, también, nuestra selección corresponda al desarrollo de nuestra cultura y nos convierta en actores de un medio independiente, participativo y sobre todo, social.

3) A la secular actividad de los casi tradicionales grupos a los que hemos llamado “mafias” -y que incluso han sido protagonistas de históricas producciones cinematográficas-, se han sumado, al calor de la globalización y la unipolaridad, poderosas organizaciones que las superan con creces y extensión. Nos encontramos frente a un poder que se distribuye “mercados” y “territorios” con total impunidad, llegando a entroncarse con estructuras políticas, militares, jurídicas, deportivas, religiosas, mediáticas y hasta culturales, pudiendo alcanzar en muchos casos, -cuando se ven necesitado de ello-, a desplegar una capacidad operativa de tal magnitud que puede llegar a desestabilizar gobiernos locales o nacionales llegando, incluso, a convertir el juego democrático de la alternancia en una simple transferencia de corruptelas vigiladas por corruptores. Esta estructurada delincuencia se permite dominar en muchos países altos porcentajes de sus economías, por lo que éstas ya no pueden ser evaluadas ni incorporadas dentro de los presupuestos nacionales, ni pueden ser tomadas como referencia del desarrollo ni del crecimiento. Toda esa presencia se mueve fuera de la órbita de los organismos oficiales y lejos de las necesidades del país, pudiendo llegar a cubrir con sus acciones gran parte del tejido social, manifestándose, en muchas ocasiones, como una entidad benefactora, suplantando el papel del Estado que esa misma delincuencia mina, desvirtúa y corroe. Estamos frente a un nuevo poder, ilegítimo y perverso, endógeno y violento, que no responde ni acepta ninguna ley exterior. Un poder que crece y al que aún no hay fuerza capaz de enfrentarlo. ¿O es acaso indestructible?

4) Desde mediados del siglo pasado, y sobre todo, a partir del énfasis globalizador, nacieron enormes monopolios económicos y financieros de superconcentración capitalista constituidos por unas pocas decenas de empresas poseedoras de riquezas superiores al PBI de varios países en su conjunto, y que desarrollan sus actividades sin el mínimo escrúpulo, llevando a la más despiadada de las miserias y hambrunas a millones de seres que no pueden ofrecer resistencia a ese despiadado torniquete especulativo y expoliador, convirtiéndose asimismo, – como resultante de sus planes integrales de aplastamiento social y la búsqueda del máximo beneficio-, en los auténticos responsables del deterioro de nuestro ecosistema, colocando por sobre cualquier intento de control o fiscalización, todo el poder represivo que les otorga la complicidad de gobiernos que, en definitiva, los representan y los justifican. Podríamos confirmar las consecuencias de esa política de explotación, preguntándonos, por ejemplo, ¿cuántos niños, morirán de hambre en distintas regiones de la Tierra durante los días que se desarrolla este Encuentro? Junto a este poderoso entramado, conviven también crípticas organizaciones afines que planifican la dominación del mundo reunidas bajo el disfraz de pacíficos e inocentes miembros de club de opinión. (Sabemos también que algunas “compañeras de viaje” de esas corporaciones se encubren bajo siglas de ONG´S, pero en realidad, trabajan al servicio directo de cuerpos y oficinas de inteligencia de ese omnímodo poder.) Existen empresas que pretenden llegar a ser dueñas absolutas hasta de nuestra alimentación, desde la semilla a nuestra mesa. Es una trazabilidad monopólica. En esa sed de poder sin límites, como señalamos, hay que buscar las causas del deterioro ambiental. Si unimos soberbia, ambición y provocación ya tenemos un cóctel terrorífico al servicio de la destrucción. Cuando la evidencia del cambio climático ponga a la humanidad al borde del desastre, cuando salten las alarmas, cuando deje de ser una conjetura para convertirse en evidencia como ya se está denunciando, esa misma sed también querrá dominar los mecanismos de solución para salir de la crisis transformándolos en un negocio de nuevo tipo. Será una paradoja que los mismos que nos llevan a esa situación límite, querrán sacar el mayor beneficio de su resolución. Sus agentes no descansan, viven dentro de las oficinas centrales del sistema y se mueven en las ruedas bursátiles generando réditos inmensos. (No se permiten ni el mínimo descuido. Mientras la Bolsa de Nueva York está funcionando, hay brookers de guardia en la Bolsa de Tokio, intercambiando los datos, en tanto los habitantes de la ciudad imperial duermen plácidamente.) Nos toca a nosotros tomar la dirección estratégica, y no olvidar que, si hemos llegado a tal inestabilidad ambiental y de sobrevivencia es por responsabilidad de aquella superconcentración capitalista. Los ciudadanos podemos ser cuidadosos con el grifo, con la energía doméstica (allá donde exista) con el reciclaje primario, pero son las empresas que ejercen su dominio mundial quienes tienen que pagar el precio que les corresponde como causantes de esta situación. La responsabilidad de la sociedad es controlar que así suceda e impedir que vuelvan a tomar las riendas de una nueva realidad para que el futuro no nos lleve a otra nueva encrucijada a causa de esas ambiciones inescrupulosas. Nos advierten que con cuatro grados más de temperatura ambiental nuestros continentes se verán anegados. Quitémosles de las manos a los verdaderos responsables el calentador de sus intereses.

 

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5) La historia nos había dado una especie de tregua en los conflictos religiosos, hasta que estos volvieron a aparecer con mucha más fuerza, más crueldad y más extensión. Hoy se habla de fundamentalismos religiosos enfrentados a otros fundamentalismos religiosos en una contienda donde se dirimen, por una parte mensajes,“sagrados” de obligada obediencia que esconden, en realidad, especulaciones económicas, y por otra parte, invocaciones milenarias que sólo ocultan planes nacionalistas y de expansión territoriales, y también, por supuesto, económicos. Todo esto en un verdadero juego de tenaza en el que los pueblos pierden su autonomía, su visión global y sus derechos. No los dividen los dioses sino sus profetas, sus “emisarios”, sus “voceros”, esas auténticas CNN de la fe. Los fundamentalismos mesiánicos se han convertido en un nuevo frente de impugnación humana. En aras de un imaginado “otro mundo superior”, se cruzan ataques, producen dolor y trafican con los sentimientos y las recónditas emociones como auténticos mercaderes. Han ocupado el lugar que fueron perdiendo los elementos de la lucidez y el cambio, convirtiendo, lo que era una perspectiva de funciones independientes, en un magma de borrosos infiernos y paraísos. Desde el país más poderoso hasta el rincón más oscuro de una montaña lejana, se oyen voces encontradas que dicen ser, cada cual, las auténticas llamadas por un dios de por sí a tener, una y la otra –unas contra las otras pues, en realidad, son más que un dúo: un coro- el derecho a matar y agredir, a exterminar, con el beneplácito de un permiso divino. Esto sucede hoy, mientras una plataforma permanente y habitada gira en el espacio exterior.

“EL ESTADO ¿SOY YO?”

Estos cinco frentes –el verdadero gorila- son, en mi opinión, la real amenaza a todos nuestros proyectos hacia una vida mejor. Podríamos definirla como “una distribución internacional de la infamia”. Este cuadro se opone a la felicidad humana, es superior, en su conjunto, a todo lo conocido en la historia, superior a todos los imperios que han pasado imponiendo sus crueldades y superior a todos los peligros a los que tuvimos que enfrentarnos. Es una fuerza devastadora. Terrible. Una constelación del verdadero mal, dispuesta a impedir toda manifestación de libertad, de libre albedrío y de autonomía intelectual. Un círculo que se va cerrando a nuestro alrededor para demostrarnos que sólo con la muerte podremos liberarnos del mismo. Dinero, manipulación, terror, corrupción, un inmenso panel ante nuestros ojos. Para alcanzar el otro mundo posible, el nuestro, aquí mismo, es necesario, es imprescindible, la desaparición de este complejo monstruo. De lo contrario, enmascararemos medicina con placebo.

Ante tan ominoso panorama, ¿tendremos que darnos por derrotados de antemano? ¿Los escritores nos veríamos en la encrucijada de guardar nuestros papeles, los científicos a ocultar sus curiosidades, los fabulistas sus leyendas? Estamos hoy aquí para decir que no sólo resistimos, sino que podemos ofrecer respuesta, aunque objetivamente, la contienda sea muy desigual. Nadie más que nosotros tiene la responsabilidad de cambiar el rumbo de nuestro mundo. Somos los artesanos del futuro vistos desde un presente devastador pero no definitivo. Y es en este punto de inflexión, en el que debemos reconocernos autocríticos para poder evaluar qué tipo y contenido de acción hay que desarrollar frente a tan mayúsculo y entramado adversario. O nos buscamos aristotélicos para exigir lo necesario por justo, o dirigimos las miradas desde la cúpula platonista hacia un horizonte al que por posible no llegaremos. Hay que elegir. La primera de las pesquisas es la que nos llevará a una sólida estrategia, porque, en definitiva, más allá de la dimensión espectral de los válidos Objetivos del Milenio, siempre nos encontraremos al final de estos caminos con el nudo liminar que cierra el avance integral de la humanidad. Nos referimos al concepto excluyente de propiedad imbricado entre las profundas capas del deseo humano a lo largo de los tiempos. Poder y propiedad han desvirtuado sus esencias. El primero se ha puesto al servicio de la segunda y la segunda sólo actúa con exclusión. Toda exclusión conduce a la desigualdad, al individualismo y a la eliminación de sinergias necesarias. Toda exclusión niega la interculturalidad y las individualidades. Por eso nuestra estrategia debe ir más allá de los Objetivos, o mejor dicho, tiene que incorporarles a ellos ese último capítulo no escrito, pues de los contrario, incluso alcanzados los mismos, todo puede volver a comenzar como en un universo pulsante al que no hemos podido incorporar la tensión de lo irreversible. La humanidad tiene un objetivo final: es ella misma desarrollándose armónica dentro de una naturaleza equidistante a sus necesidades vitales. Un sistema integrado de elementos que no puedan ser jamás alterados para destruir esa conjunción, sólo modificados cuando corresponda y siempre con fractales resultados. Entonces sí, el desarrollo será sostenible, sin marcha atrás. Porque a lo sostenible hay que sumarle los conceptos de irreversible y perenne. Voy a permitirme reproducir las tres leyes fundamentales de la Robótica que el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov creó para su obra “Yo, robot” «Primera: Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño; Segunda: Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes se oponen a la primera Ley; Tercera: Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no entre en conflicto con la primera y segunda Leyes”. Salvando el matiz de la tercera Ley, y alterando el título de libro por un “Yo, humano”, podríamos incorporar esta especie de código como anexo a la Declaración de los Derechos del Humanos.

En este presente conviven a un tiempo quienes ejercitan el dolor y el crimen y miles de seres buenos que se mueven por amor. Miles de cooperantes, de hombres y mujeres que dejan una vida placentera para convertirla en una vida de deberes, de abnegación y solidaridad. ¡Cómo no vamos a sentir indignación cuando esa hermosa entrega es asediada, e incluso reprimida, por aquellas pavorosas fuerzas destructivas e insultantes! Esos hombres y mujeres que han salvado con sus trabajos miles de vidas y que promueven oficios y técnicas que hacen al desarrollo del lugar, ocupan uno de los lugares más dignos en la escala de los valores humanos. Reconocemos también los mecenazgos de algunas grandes fortunas que derivan hacia el campo sanitario y educativo en aquellas regiones con un fuerte déficit estructural, superando muchas veces, con esos aportes, los presupuestos nacionales que sirven a esos fines. No olvidamos tampoco el trabajo que en algunos de esos olvidados territorios realizan miembros de distintas confesiones religiosas. Sin embargo, junto al reconocimiento a todas esas presencias y solidaridades, se debe ejercer el derecho controlador para evitar que algún cuerpo extraño a las verdaderas necesidades oculte otras interesadas motivaciones que no fueran las de carácter humanitario.

Aquél panorama y estas fragilidades, más allá de la buena voluntad de los mejores, nos conducen a buscar responsabilidades. Surgen varios interrogantes dirigidas un mismo destinatario: el Estado. ¿Dónde se encuentra el Estado? ¿A quién responde el Estado, qué intereses defiende? ¿Nos ha traicionado el Estado? Pero, ¿existe hoy, realmente, el Estado como tal? ¿Hemos perdido el control del Estado, o lo tuvimos alguna vez? ¿Somos una sociedad huérfana de conducción? ¿O acaso hemos alcanzado ya la capacidad de autodirigirnos? Arrojamos las preguntas sobre la mesa para iniciar una partida de dudas. A veces nos llamamos “pueblo” y otras veces “sociedad”. El pueblo reclama al Estado por sus derechos y la sociedad le pide orden y legalidad. Lo que podríamos llamar Estado responde a uno y otros –que son uno sólo, en definitiva- de manera especulativa.

Al calor de toda esta manipulación se nos ocurre pensar que ha nacido un nuevo concepto que podríamos llamar “subvencionismo”. Los Estados de los países desarrollados incorporan partidas en sus presupuestos anuales para entregar a distintas ONG´S locales e internacionales. Si bien podemos considerarlo un derecho –porque la sociedades así pueden exigirlo- también manifiesta un “lavarse las manos” para no asumir las verdaderas responsabilidades que como tal les es debido en el plano de la solidaridad y el crecimiento compartido. Lo paradójico, una vez más en este pintoresco mundo nuestro, es que esos mismos países expolian y depredan los países donde trabajan las ONG´S que subvencionan. El cinismo es a la política lo que la ley es al deber. El “subvencionismo” se transforma en chantaje ideológico, económico o electoral, y condiciona los esfuerzos del trabajo solidario hasta llegar a exigir, muchas veces, el silencio cómplice. ¿Podrán las ONG´S salir de esta coacción si participaran directamente de las decisiones estatales y decidir sobre su propia accionar, o incluso llegar a ser miembros de los Consejos de Ministros para transformar lo que hoy son, en muchas ocasiones, burocráticas secretarías medioambientales sumisas a las sugerencias de intereses poderosos, y poder integrar directamente, sin intermediarios, sus proyectos a los del resto de la nación? ¿Por qué no poner esta cuestión a debate? Sabemos que de los más de doscientos países que existen en el mundo no llegan ni a un diez por ciento quien tienen una verdadera política de colaboración directa y transparente con sus ONG´S. y disponen de ese famoso cero siete por ciento de sus presupuestos para volcarlos en los países en desarrollo.

NACIONES, TAL VEZ, PERO UNIDAS…

Los Objetivos de desarrollo del milenio se proponen, en primer lugar, la erradicación de la pobreza extrema y el hambre. Pero esos males, hasta el presente, no han tenido solución en los mismos países donde se sufren, produciéndose, por el contrario, uno de los fenómenos más complejos y comprimidos de la historia humana. Me refiero al fenómeno de la inmigración. Los pueblos condenados no esperan el resurgir de sus territorios ni ven la perspectiva de una vida mejor en sus lugares de origen, ni creen, por supuesto, en promesas de sus dirigentes, generalmente corruptos y cómplices de intereses foráneos. Se está aliviando, -que no erradicando- la pobreza con la emigración, no con el desarrollo. Y se resuelve el hambre de los que quedan con las partidas de dinero que envían los que se fueron para ser utilizados en los países de destino como mano de obra barata, marginal, y sumergida, acabando por convertirse en sombras, en “algo” que vive en un país en el que no existen. Ya tienen, incluso, hasta una definición semántica: “los sin papeles”. Los polizontes del mercado. Ese “continente móvil”, como tan acertadamente lo ha definido el profesor italiano Ferruccio Pastore, refiriéndose a la masa inmigratoria. A partir de esta realidad se reelaboran proyectos, estudios e investigaciones de gran calado pero de frustrantes resultados en la práctica. Cuando el flujo inmigratorio pone en peligro la estabilidad de los países receptores, entonces, rápidamente, se presupuestan ayudas integrales a los países emisores, ayudas que, poco a poco se van abandonando en la medida que los mecanismos de contención y regulación –y hasta represivos- disminuyen la presión inmigratoria y se alcanza nuevamente el equilibrio sociológico interior. Una vez más, las estadísticas se transforman en eufemismos. Pero pese a todas las trabas los desheredados de la Tierra siguen llegando a los países herederos. A veces unos pocos metros, una simple brecha de agua separan un plato suculento de una migaja oscura. Y aunque se pretenda impedir el paso, aunque se intente poner muros, alambres electrizados, y hasta confiar en desiertos imposibles de atravesar, el desesperado se estrella, se electrocuta, clama por agua bajo un sol asesino, se ahoga en el mar, pero arriba por fin a ese plato para comprobar que el precio de esa comida es el más alto que pagará en su vida. Otros bajan aturdidos de aviones y autobuses con un pasaporte temblando en las manos. De aquella teoría de la sociedad dividida en tercios a la que arribaron los que saben de esto, podríamos incorporarle ahora, frente a estas realidad de la inmigración, este nuevo segmento. Tendríamos ahora una sociedad de cuatro cuartos. Sucede que a menudo, en los países de pobreza extrema esta se hace de tal manera insostenible que fuerza la ayuda exterior. Un día la televisión –siempre la televisión- nos trae a casa imágenes de los aviones llegando a un aeropuerto desvencijado y hasta bombardeado, si ese país vive una guerra. Vemos bajar enormes cajas con alimentos y medicina. Los aviones regresan a sus bases supermodernas y al día siguiente el telediario nos habla de otras cuestiones más urgentes. Incluso el rally Paris-Dakar lleva medicinas para distribuir en las poblaciones que atraviesa. Las estadísticas del hambre, del SIDA, de infinitas plagas seguirán creciendo sin embargo.

Las Naciones Unidas, esa especie de súper estado mundial refleja todo lo que nos rodea. Han nacido con la mejor intención de consolidar la paz y bregar por la solución pacífica de los conflictos internacionales. Sin embargo, las Naciones Unidas no han podido impedir, desde el fin de la segunda guerra mundial, el desencadenamiento de ninguna contienda, actuando para detenerla sólo cuando esta ya se está desarrollando y siempre condicionada al visto bueno de los operadores bélicos. Las Naciones Unidas no están en condiciones de promover el desarme. Pueden sacar una Resolución llamando a un alto el fuego en un conflicto dado, pero no pueden imponerlo. La carta fundacional es sólo un artículo de buenas intenciones. Y es tal el cinismo del escenario político que es, precisamente la palabra “paz” la que más se escucha en la Asamblea General de la ONU y en las reuniones del Consejo de Seguridad que suele ser, curiosamente, los momentos en el que yo me siento más inseguro.
Las Naciones Unidas son hoy la organización más perfecta en el estudio estadístico y sociológico del mundo. Y sus organismos internacionales trabajan en los campos más avanzados de las investigaciones específicas de la actividad humana, pero no pueden sobreponerse a la presencia de las grandes corporaciones que condicionan su labor. Me refiero a la FAO, por ejemplo, que no logra imponer un código ético a las empresas que manipulan trasgénicamente los productos naturales; a la OMS, que no posee la contundencia necesaria para exigir que los grandes laboratorios farmacéuticos dejen de sumar veinte años más a la protección de sus patentes y permitan el uso subsidiado de los específicos. Otras organizaciones cuasi hermanas de aquellas oficiales, influyen de manera significativa en la política internacional, como el FMI, por ejemplo, y sus auténticos soportes: el nudo de la deuda externa y las impuestas directrices de ajustes; la OMC que guarda las espaldas a las leyes proteccionistas de las grandes potencias. Tal es la opacidad de esta organización que hasta se ha visto obligada a publicar en su web oficial un apartado para “aclarar malos entendidos” sobre su verdadera naturaleza. ¿O acaso nos van a convencer que los Estados Unidos, o Alemania, por ejemplo, compiten en igualdad de condiciones en el comercio internacional con Haití, o con Yemen, o con la mayoría de los países en desarrollo? La OMC afirma que así es. Claro que, al mismo tiempo, su web nos advierte también que “es probable que el debate dure eternamente”. Curioso cierre de las “aclaraciones”.

¿Por qué las Naciones Unidas han fracaso en sus objetivos? ¿Por qué no pueden impedir que estalle una guerra o que se cumplan algunas de sus resoluciones mientras otras se aplican en forma inmediata? Hay una respuesta: Lo que podríamos llamar el estado mundial también ha desaparecido en beneficio de las monstruosas concentraciones capitalistas que colocan a sus agentes en la cabeza en la mayoría de los gobiernos de los países desarrollados para mantener una simulacro de vida democrática mientras esos endriagos hacen su auténtico trabajo. Esos agentes se sientan una vez cada año en la Asamblea General como representantes de sus pueblos cuando son en realidad representantes de aquellos intereses. Por eso no pueden ejercer el papel por las han sido creadas. Es una realidad aniquiladora: como Naciones han desaparecido en beneficio de las corporaciones que no conocen fronteras y como Unidas se han transformado en dominadas por el centro económico y financiero que maniata cualquier posibilidad de ruptura o independencia. Cuando algún país intenta desprenderse de este acoso recibe un ataque en todos los frentes, de afuera y de adentro. Y aquí también comprobamos la responsabilidad de los medios de comunicación, de algunos cuerpos jurídicos, y hasta de estructuras religiosas de carácter conservadoras, en definitiva, de todo aquello que hoy llamamos libre mercado y que no es otra cosa que implementar y sostener las desigualdades. Cuando este intento de derribo no logra imponerse en sus primeros momentos, se llama a quienes con su trabajo, alejados de cualquier legalidad, con gran experiencia casi mercenaria, buscarán todo tipo de provocaciones para crear una situación de caos y violencias. Es un plan que se desarrolla por etapas y va in crescendo. Pero si con todo ello, aún, no logran derrotar la política independiente y soberana que quiere darse un país a sí mismo, vendrán, por último, directamente, -mintiendo sin rubor, especulando sin maquillaje, y violando todas las normas que forman parte de las relaciones internacionales- a aplicar acciones militares. Ya se encargarán todos los poderes anexos a esa agresión en justificarla hasta que sea aceptada por la opinión pública, políticamente correcta. Una vez más, las Naciones Unidas no podrán impedir que esto suceda.

LOS DINOSAURIOS Y LOS FANTASMAS

En este Encuentro participan científicos que conocen en toda su profundidad los graves problemas que provocan nuestras acciones. Desde el cambio climático (en verdad, un auténtico caos climático) hasta los temas de control de la natalidad, pasando por la bioética y la energía alternativa se debaten aquí.

A nosotros se nos ha invitado en nuestro papel de escritores para que en el caso, sea la palabra la que contenga en sí misma su valor y su alcance. Pero la palabra debe ser tributaria de la acción y dependiente del compromiso que genere esa acción. Nos sentimos escritores siempre y cuando, en primer lugar, tengamos un lector dispuesto a participar, no sólo de nuestras aventuras literarias sino también de nuestro comportamiento social, porque no deseamos, que nuestras obras sólo estimulen la sensibilidad estética sino, y por sobre todo, un sentimiento ético que nos conduzca a lo necesario, a lo imperioso, al aquí y ahora que nos proteja y nos dignifique.

Desde la ternura y la belleza intimista de algunas concepciones filosóficas nos dicen que el cambio debe producirse dentro de nosotros. Y en cierto modo puede que así sea, efectivamente. Pero una vez logrado el cambio éste debe extrapolarse hacia una gesto exterior y colectivo, hasta convertirse en una acción tanto en número como en decisiones. Son tremendas, como hemos visto, las fuerzas que se oponen a nuestra espiritualidad, a nuestro deseo de una vida más plena y a la visión de un futuro armónico y libertario. Incluso, no en pocas oportunidades, esos intereses intentan conducirnos a una actitud individualista para neutralizar cualquier reivindicación general. Es otra de las formas de su omnipresencia. Por eso tenemos que mantenernos alertas y activos. No nos queda otro camino que la tensión y la observancia. Y aunar esfuerzos en un solo esfuerzo porque ese será el instrumento único y firme para lograr avances irreversibles.

Dejamos nuestras reflexiones entre los pliegues del tiempo. Cada ser humano tiene un momento, una existencia y un contenido vital. Si después de llegar a determinar la opción obramos en consecuencia, esto significa que, pese a todos los esquemas y los compartimientos que nos marcan cuando venimos a este mundo, una vez puesta la razón en uso, podemos cuestionarlos, incluso hasta su negación. No nacemos para dominar ni para ser dominados. Nacemos para vivir en plenitud. Si no se nos deja, nuestra rebeldía más que un derecho es una necesidad.

Sólo desde una especie de refundación del Estado como entidad ad hoc bajo un férreo control social podemos comenzar realmente a experimentar cambios con detenimiento e intensidad. Provocar ese control social es la llave del cambio. Hay que superar lo político para convertirlo en política. Utilizar, por ejemplo, entre otras, la herramienta electoral como elemento de presión, no sólo de sufragio.

Ahora hay un nuevo fantasma recorriendo el mundo todo: el fantasma de su fin. Los dinosaurios no pudieron evitar su desaparición. Fueron exterminados. Lo burlesco sería que nosotros –parece que seres pensante- nos atribuyéramos al mismo tiempo los dos roles: el de exterminadores y exterminados. Y ¿por qué no? Si somos capaces de usar la ciencia y la tecnología para manipular al prójimo, si somos capaces de asesinar antes que nos maten, si somos capaces de usufructuar el bien colectivo en beneficio de lo personal, si somos capaces de ponerle precio a nuestra libertad, si somos capaces de mutilar en nombre de un dios o de un profeta, si somos capaces, en definitiva, de la obediencia cómplice, ¿cómo no vamos a ser capaces de destruirnos?

Sin embargo, aunque casi resulte incomprensible por lo contradictorio, será nuestra propia conciencia, nuestra propia razón, y no sólo el sentido de sobrevivencia, el que nos permitirá torcer ese diagnóstico. Por eso, tal vez, la mejor conclusión de este Encuentro será confirmar nuestra decisión, nuestro entusiasmo y nuestra lucidez para salir de este pantano y empezar a caminar hacia un mundo posible, un mundo mejor, un mundo necesario.

Un mundo donde nuestro gorila regresa a su hábitat y el niño aquél de la canción duerma en su casa y sueñe la felicidad.

Eduardo Mazo (enero 2007)

 

 

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