«¡Ciutadans de Catalunya!»

 

CIUTATANOS DE CATALUNYA‘¡Ciutadans de Catalunya…»!, que no, simplemente, “catalanes”, que Josep Tarradellas fue más allá aquel histórico 23 de octubre del 77 cuando saludó, desde el balcón de la Generalitat, a los miles de manifestantes que lo recibían como su auténtico Presidente, afirmando, implícitamente, con estas primeras palabras, la institucionalidad del mensaje que se anheló, durante largo tiempo, en un exilio, que, desde ese día, había dejado de ser.
…“Ja soc aquí”!

Estaba en esa Plaza Sant Jaume, centro radial de un territorio que reivindica tres centurias de afirmaciones históricas y que hoy contiene la sed de un victorioso epílogo.

Ser o sentirse.

No puede haber existencia sin identidad. Todos y cada uno de nosotros, somos. La identidad -ser- no es resultado de un proceso de ideas, es un sentimiento primario que subyace como base a todas nuestras resoluciones sociales y colectivas. Y es el punto de partida hacia las otras tres instancias superiores que nos conducen, (en el caso de Catalunya que tratamos ahora), al más alto fin organizativo.
Cuando la suma de las identidades están formadas dentro de un entorno y contorno ajenos a sus necesidades, sobre todo las que cubren sus vidas cotidianas, aflora ponencialmente, el deseo de autodeterminarse hasta alcanzar la necesidad de independencia, que es una delicada pulsión de libertad.

A partir de ahí, entonces, nos enfrentamos a la conquista del Estado, donde encontramos el real significado de Nación. Y desde ese momento, comienza una inédita y compleja colisión de intereses intra sociales que harán desaparecer sólo algunas facetas de la vida anterior, porque, por sobre las justas y merecidas conquistas a las que tienen derecho las sociedades que recuperan sus adquiridos derechos de larga data, la contumaz realidad va ordenando algunas de las ásperas piezas que, ayer y ahora, se ven difíciles de modificar. Porque, si bien, el concepto de Nación viene de la historia (identidad, etc.) el concepto de Estado viene de la política. Y muchas veces el Estado suele ser el dibujo de un mapa en el que un general victorioso de la contienda va marcando con un puntero líneas y puntos que separan territorios y hasta gentes. Y luego, después que el derrotado acepta el mapa que le han impuesto, con el tiempo, incluso con la resignación, a esa porción del mapa que le asignaron los vencedores, se le comienza a llamar patria y hasta se diseña una bandera. Son cosas de la historia de nuestro mundo, que es en definitiva, también, la historia de nuestras propias realidades.

La independencia alcanzada puede y debe convertirse en una gran oportunidad, única y hasta de ejemplo a otros pueblos que aspiren al mismo logro. Hacer que el nuevo Estado ponga en el centro de sus tareas y sus compromisos, el bienestar colectivo, la vigilancia y castigo de los acosos que han sido y son causales del infortunio colectivo –me refiero a la manipulación financiera que hiere directamente al conjunto de la población y que fagocitan lo que es el derecho de toda la sociedad a una vida digna y merecedora del esfuerzo realizado para alcanzar tamaño logro después de tanto sacrificio y tantas lealtades-. Si el Estado no es capaz de ofrecer estos méritos: ponerse al servicio de sus propios ciudadanos –a los que son y a los que se sienten como tales vengan de donde vengan- el futuro no será el que soñaron sus pioneros. Así como la identidad no es sólo un documento, ni la autodeterminación es el salvoconducto para ejercer un individualismo mezquino, ni la independencia es sólo una bandera, un gobierno, una frontera, un idioma, una declaración burocrática de soberanía o un gatopardismo cínico, ni el Estado es patrimonio de unos elegidos, todo este proceso sólo será un éxito, realmente, si se convierte en el punto de partida de una vida digna y de bienestar de todos sus habitantes y no en una ocasión que la pintan calva para que unos pocos sigan haciendo buenos negocios y los más sobreviviendo, eso sí, en un flamante país, con un nuevo DNI y el viejo carnet de paro en el otro bolsillo.

Catalunya tiene derecho a dejar que sus ciudadanos decidan. Es un acto de libertad que debe ser validado por quienes se escudan en ciertos artificios legales que, si fueran mirados más atentamente, tal vez contengan, incluso, la aceptación de ese ejercicio. De todos modos, tarde o temprano, los “ciutadans de Catalunya” –los que son y los que se sienten- lograrán sus justas reivindicaciones si así la sienten y así las viven.

LA LAMENTABLE- 24 de octubre de 2014

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