La pregunta responde
Posted on 9 marzo, 2015 in Artículos en La Vanguardia
Si alguna cosa han suscitado los hechos de aquel ya lejano 11 de septiembre, ha sido el ardiente ejercicio de imaginación en el que nos sumergimos para vivir, desde lo intangible de nuestras emociones, los últimos y desesperados momentos de las anónimas víctimas mortales de la ciudad.
De esta manera fuimos los pasajeros aterrados que veíamos cómo la ciudad se nos venía encima mientras el llanto de nuestros niños se mezclaba con los gritos de hombres y mujeres por sobre la tenue voz de una azafata, la cual, un instante antes, nos sonreía, y que ahora nos imploraba, desde su íntimo terror, una calma imposible.
Incluso llegamos a enfrentarnos en uno de esos aviones suicidas a quienes nos llevaban hacia el fin. Era una lucha inútil y desigual. Pero en el intento latía también nuestra dignidad, nuestra ira y un gesto que fuera superador de la impotencia. ¡Cuántas veces regresamos a esos aviones para neutralizar a los verdugos! ¡Y cuántas veces fracasamos!
También volvemos la cabeza desde nuestro escritorio donde trabajamos para ver, sin acabar de creer, ese morro que se acercaba. Parpadeamos. Tal vez un sueño. No. Luego el alcalde de la ciudad dijo que nos volatilizamos. Somos nada. Menos aún. Otros comenzábamos la faena rutinaria en el bar que se codeaba con el cielo, o terminábamos la jornada de limpieza nocturna mientras rezábamos para no cruzarnos en la calle con los «migra». ¡Los benditos papeles!
Algunos preferimos ser los charlatanes ascensoristas contando los mismos chistes a los consabidos y boquiabiertos turistas. También bajamos alelados las tumultuosas escaleras compartiendo los peldaños con pálidos «brookers», musculosos guardas de seguridad y frágiles secretarias que aún olían a sus perfumes preferidos. Hasta que todo se volvió alarido y un millón de mundos nos hundió en la definitiva noche. Todo eso lo vivió nuestra imaginación.
Pero no nos imaginamos ser militares en el Pentágono. ¿Por qué?
Si la respuesta a este interrogante fuera compartida por los dirigentes del mundo, ¡qué bella y pacífica sería la vida en este planeta!
La Vanguardia 12/11/2001