Paco y Bengi (o viceversa)

 

PACO Y BENJI 1

(Mi primer deseo fue entrevistar a Bengi, pero él estaba meditando y no quise interrumpir su estado. Me decidí, entonces, por conversar con Paco, que estaba a su lado.)

Paco, ¿cuánto tiempo puede estar Bengi en esa posición?

(Paco deja por un momento la guitarra que tiene en sus manos, aleja de su boca la armónica, mira a su perro con ternura y responde:)

Bengi puede estar así veinte horas si quiere. Ya lo ves, ahora está en posición de asana, como si fuera una estatua. ¿Sabes porqué? Porque mi perro es yogui. Mi perro nunca está enfermo, todo esto le beneficia la columna, toda su estructura ósea se beneficia.

Hay gente que pasa y dice que lo explotas o que lo drogas.

Es gente que no sabe nada. Cuando me dicen eso yo les contesto que ellos son los que explotan y además, como mi perro y yo somos vegetarianos, les digo que ellos comen carne…

¿Vegetariano el perro?

Si, es vegetariano porque así lo libero del ciclo de reencarnación animal. Yo voy al templo Krishna y Bengi viene conmigo, él también es devoto. Hace ocho años que estamos juntos en todo esto.

Paco, (José Francisco Mena -53 años-) uno de esas imágenes entrañables de la Rambla. Aunque en este caso tendríamos que decir dos imágenes, pues Bengi es el más mirado y admirado en este cuadro canino-humano, musical y trascendente. Porque Bengi también canta…, bueno, digamos que aúlla con armonía.

Yo le enseñé a cantar, yo le enseñé a hacerme coro. Y le pongo esta ropa colorida para llamar la atención y a él le gusta vestir así, le gusta cantar conmigo, le gusta estar delante de la gente. Él me ayuda a vivir.

¿Y antes, Paco, antes de Bengi?

Antes de conocer a Bengi tocaba la flauta dulce en la calle, vivía en la calle, dormía en la calle, en el metro, en casas abandonadas. Luego me compré un saxo de segunda mano y aprendí yo sólo a tocar. Y después vino Bengi.

No, Paco, yo quiero saber antes, mucho antes, quiero saber de dónde vienes, algo de tu historia…

¿Mi historia? Mi historia es un derrotero de dolor y lucha.

Como la de muchos.

Es cierto, como la de muchos, pero cada uno cargamos la nuestra.

¿Dónde te pusiste la primer mochila de tu historia?

Yo nací en Lleida, soy catalán y hasta los seis años estuve con mi madre. Pero no me podía mantener…

¿Y tu padre?

No conocí a mi padre. Me llevaron a un hospicio hasta los 15 años. Y como yo no me adaptaba me pegaban mucho, muchísimo. Era la época del Auxilio Social, la época de Franco y Solís y los celadores eran militares y retirados de la Guardia Civil de aquellos tiempos. Pasábamos hambre, la comida era un simulacro de comida y me pegaban y pegaban. Me ataban las manos y me daban golpes. A los siete años me abrieron un oído y casi me matan y tuvieron que operarme, pero cada día, cada noche antes de acostarnos nos molían a hostias y siempre en los oídos.

Menos mal que a los quince años saliste de ese infierno.

Si, mi madre pudo conseguir la paternidad porque yo era hijo único.

Me imagino que desde ese momento todo cambió para ti.

Hice el intento de ir al Instituto pero no estudiaba, no me adaptaba tampoco ahí. Y además siempre estaba enfermo y me dolía la cabeza y el oído. Siempre el oído como si fuera la memoria de aquél sufrido pasado. A los 18 años entré de soldador, me gustaba la electrónica, pero no aceptaba los horarios, ni la dependencia.

Habrás intentado buscar algo más libre.

Si, mucho más libre y peor.

¿Peor?

Dejé el trabajo y comencé a vivir otro mundo, el mundo de la droga, del trapicheo, del robo de coches, de motos. Todo lo hacía por divertirme, por sentirme libre, por creerme libre. Hasta que me detuvieron en Tánger con cuatro kilos y de ahí a la prisión de Malabata por tres meses y luego al penal agrícola de Loiti siete meses más. En esa cárcel me peleé con cinco guardias porque yo no quería trabajar, yo pedía ir a una prisión de extranjeros. No sólo no me hicieron caso sino que me abrieron la cabeza a golpes, me rompieron el brazo y me tuvieron castigado. Estaba recluido entre asesinos marroquíes, veía peleas a muerte y cada día moría alguien de hambre, de enfermedad o asesinado. Yo me salvé de eso porque nunca chivé nada. Por fin me condenaron a tres años pero como era extranjero y no tenía antecedentes me lo bajaron a un año.

(Bengi nos mira desde la esquina de su meditación y los paseantes de la Rambla desenfundan sus cámaras para hacer del perro la fotografía que comentarán al regreso de sus vacaciones. Dirán de él que se mantenía quietecito, que incluso cantaba a coro con su dueño, que lucía muy alegre con esas ropas y esas gafas. Todo esto sucedía mientras Paco salía de la prisión en Marruecos y……)

Volví a Barcelona luego de la pena. Pero aquí seguí con mis aventuras. Con un venezolano pasamos desde Londres cinco mil ácidos a Caracas, pero yo me quedé enganchado en Barbados porque no tenía visados. También ahí las pasé putas. La policía de Barbados no me quería deportar. Hasta que mi amigo me envió dinero desde Venezuela y me fui a Caracas. Allí trabajé como esclavo en una pensión, limpiando entre ratas y basuras increíbles. Tenía que darle un vuelco a mi vida.

¿Lo diste?

Sí, volví a España y desde ese momento pasé de todo aquello. Hace ya veinticinco años que estoy tocando en la calle desde entonces, primero en las condiciones que te contaba antes y ahora, ya ves, junto a Bengi, los dos en un mismo sendero de vida.

¿Casado, soltero, y todo eso?

Me casé con una chica Suiza con la que tengo dos hijas ya mayorcitas. Y tengo otro hijo, aquí, en Barcelona.

(Paco y Bengi irán esa tarde al templo, tal vez encontrarán en la meditación el auténtico contenido de la vida y luego caminarán juntos compartiendo historias y silencios, que es, en definitiva, lo único que cargamos todos –hombres y perros- en nuestras alforjas.)

 

PACO Y BENJultimaI

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