Argentina, festejo previsto

 

FESTEJO PREVISTOArgentina está a días de una elección presidencial que tiene visos de insólita afirmación ya que hay una única ganadora, -incluso antes de los comicios-, y hay varios perdedores resignados con anticipación al ritmo de la abrumadora y fantástica victoria que Cristina Kirchner lucirá la noche del 23 de octubre frente a los cánticos y banderas de

sus seguidores que sucederá, precisamente, a pocas jornadas del primer aniversario de la muerte de su esposo, Néstor Kirchner y a casi dos meses de cumplirse diez años de aquél trágico hito histórico que fue el 19 de diciembre del 2001, punto de inflexión de un momento de la historia argentina a la que se le dio el nombre granjero de “corralito” consumado en la imagen de un presidente huyendo cobardemente de la casa de gobierno en helicóptero, un presidente incapaz, cuyo único “mérito” es haber sido suegro de Shakira. A fines de 2015, cuando Cristina finalice su segunda presidencia habremos transitado tres mandatos de una época que se da en llamar kirchnerismo y que, pese a los detractores mediáticos de adentro como a los inescrupulosos e interesados críticos de afuera, ese concepto político tendrá para siempre su presencia histórica en el país.

Casi un milagro, diríamos, si no fuera porque el hilo trabajado por esta dupla matrimonial –hoy acéfala del hombre que fue el mentor inicial de este fenómeno- ha creado una realidad que excede los pronósticos más optimistas de quienes avizoraban una Argentina que pudiera superar, aunque sea modestamente, el descalabro de tres décadas consecutivas de entreguismo, sevicia y sabotaje al Estado. El kirchnerismo fue más allá de este deseo y se consolidó como un auténtico movimiento popular y nacional (dos conceptos que se expresan en lo económico, en lo social y en lo político) pero con la particularidad de actuar con la conciencia de estar llevando sus postulados en este nuevo siglo, actualizando, pasteurizando, -se podría afirmar también-, los principios doctrinales creados por Juan Domingo Perón, sesenta años atrás.

Muchos se preguntan hoy, cuánto de peronismo hay en el kirchnerismo, y otros se interrogan sobre cuánto de kirchnerismo hay en el nuevo peronismo. Esta última inquietud nos acerca a descifrar ciertas curiosas situaciones del presente. La primera, tal vez, sea la de atribuir a esta nueva política el fin del bipartidismo en el país. Peronistas y radicales ya no existen como tales. Al peronismo de hoy –kirchnerismo mediante- se le han unido incluso sectores que hasta ayer eran furibundos refractarios a todo lo que oliera a las ideas del viejo líder de los cuarenta. La izquierda, tradicionalmente antiperonista, separa de los discursos presidenciales aquellos segmentos del viejo cuño y se queda con los nuevos conceptos más afines a los tiempos, según el criterio. La Unión Cívica Radical, por otra parte, se han diluido después de unos meses de devoción mortuoria bajo la sombra del féretro de Raúl Alfonsín.

Ese partido centurial y referente de la vida política del siglo pasado, es hoy casi un grupo testimonial, dejando paso a otras formaciones que van desde la derecha tipo Aznar hasta el socialismo light que, si bien es una organización que viene también de un largo pasado, nunca había hecho impacto en algún sector determinante de la sociedad y hoy es mirado como alternativa posible en un futuro más o menos cercano.
Cristina Kirchner ganará las elecciones de este mes. ¿Por qué?
Este país de infinitas preguntas e intrigantes respuestas se acaba de dar de bruces con esta nueva criatura. El kirchnerismo no se anda por las ramas: hay que luchar contra la miseria y la indigencia. Pues bien, aunque lo tilden de “populista”, lanza un inmenso Plan de Asignación Universal por Hijo que otorga a los hogares más humildes un ingreso por cada hijo menor, y a partir de la edad escolar asista a sus clases. Logra de este modo el inédito suceso de asignar la ayuda y promover masivamente la solución a la deserción escolar.

Los dos gobiernos kirchneristas se enfrentaron al tema más profundo de la sociedad cuando se encontraron con la realidad de una desocupación de dos pesados dígitos. Pues bien, en estos ocho años se han creado la misma cantidad de puestos de trabajo que el número de parados en España. Argentina tiene hoy el salario mínimo más alto de Latinoamérica. Existe un visible esfuerzo por aplicar, a través de la política, una mejor distribución de la riqueza, lo cual no es poco mérito si tomamos en cuenta los sectores monopólicos que no han desaparecido del paisaje nacional. El país vive hoy el boom de la actividad agropecuaria con su buque insignia: la soja. Sin embargo, y aunque este grano haya sido, -y eso no debe ser negado- el hacedor fundamental del aumento de las reservas muy bien controladas por el Banco Central, junto a una buena política fiscal permitieron pagar la deuda externa después de una inteligente quita que Néstor Kirchner logró arrancar de los buitres financieros internacionales.

Ahora Cristina ha decidido poner énfasis en el desarrollo industrial buscando el valor agregado que sostenga un crecimiento sustentable y federal. Se crean planes para la industria del acero, del software, etc. Hay un contenido casi socialdemócrata en el riñón del gobierno. Un interés por alejarse de la dependencia monoagropecuaria y acercarse a lo que llamaríamos un desarrollismo integral. Desde el primer momento tampoco los gobiernos kirchneristas han sido indiferentes a la necesidad de cubrir el déficit que el subcontinente tenía con su propia historia. Liberarse del nudo de la dependencia hacia los Estados Unidos fue una premisa de magnitud que los Kirchner supieron poner en la mesa del Mercosur hasta alcanzar una organización autónoma y poderosa llamada Unasur que virtualmente dinamitó la sesgada actividad de la OEA (Organización de Estados Americanos) sumisa siempre a los dictados de Washington.

Lo que hoy llaman “países emergentes” en América Latina son países que se desarrollan lejos de ataduras imperiales o yugos financieros internacionales.
Sin embargo, no todo es campo de rosas en este gobierno de Cristina. Su estructura tiene “agujeros negros y nubarrones: funcionarios juzgados por corrupción, un cuadro de inseguridad ciudadana que sobresalta a amplios sectores de la sociedad, en particular a la clase media que ha logrado un nivel de consumo desconocido hasta el presente y a la que se incorporan vastos sectores de trabajadores cualificados y otros de remuneraciones superiores.

También desde el flanco sindical (columna vertebral histórica del peronismo que hoy ve moverse el piso de su preponderancia) el gobierno recibe algunos cimbronazos que, sin embargo, no logran desestabilizarlo. En síntesis, que la política del kirchnerismo (hay que sumar la presidencia de Néstor y la de Cristina) es tan fuerte, tan sólida, tan pragmática, tan, por momento, ideológica, tan popular y tan nacional (aunque todavía el país no tenga la altura de una Estado Federal como lo señala su propia Constitución) que ninguno de sus “agujeros”, ninguno, incluso de sus fracasos (que los hubo), ninguno de sus exabruptos (que los tiene) pueden ser un motivo que tape los profundos avances y las sólidas realidades que llevan a la Argentina de hoy a ser mirada con admiración (asombro, si cabe) y a ser deseada como destino de miles de europeos en busca de un futuro mejor y de un luminoso proyecto de vida.

Junio 2011

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