La economía hoy y…¿siempre?

 

LA ECONOMIA HOY Y SIEMPRE«Es así mismo muy recomendable el estudio de la economía, no sólo por el grande influjo que el conocimiento de sus principios tendría en la mejora de la legislación del Gobierno del Reino, sino porque siendo su objeto abrir y conservar abiertas todas las fuentes de riqueza, su influjo obra y se extiende a todas las artes y profesiones útiles que promueven la prosperidad  nacional». Gaspar de Jovellanos- 1809

Señalemos que, en principio, una simple formulación empírica, nos llevaría de la mano a la historia de la economía como ciencia social forzada por la creación –que no aparición- del dinero como sujeto de valor interpósito entre la necesidades vitales, y los excedentes que quedan fuera de las mismas una vez cubiertas sus reivindicaciones básicas. Nos encontramos entonces, ante la paradoja de convertir lo creado –su exceso- en un instrumento de reversibles y desestructuradoras consecuencias.

Hoy llamamos capitalismo a lo que, desde el origen del pensamiento simbólico tuvo y contuvo la única razón del desarrollo, de lo relacionado y de lo expresado, en una travesía que, si bien asomaron momentos de alerta, no dejó de crecer y consolidarse como expresión basal de la existencia humana y de su proyección permanente.

Denominamos “sistema” a lo que podríamos considerar “lo real”. Viajar hasta lo más profundo de este fenómeno para encontrar su antídoto y rediccionarlo, será, tal vez, la más plena y majestuosa tarea del hombre universal, porque en ese escondrijo de los tiempos está oculta la causa del mayor absurdo y del increíble error de nuestra tan vanagloriada razón.

Es cierto que el andamiaje filosófico y teórico “oficial” ofrece la fatalidad de lo “real imperecedero e instrínseco”. Pero es cierto, también, que, al mismo tiempo, nacen sutiles puntos de partida para una nueva configuración de lo que nos rodea. No intentan el rescate del santo grial, ni giros al vacío. Ofrecen alternativas que, soslayando lo granítico de la economía, pueda dar cabida a la acción moral, a la solidaridad y, en definitiva, a la percepción de aquél destino que todavía no nos es otorgado. Estos esfuerzos merecen la atención y el apoyo necesario, pues se enfrentan a fuerzas entrelazadas de una potencia inédita hasta hoy. Son las que sostienen el “sistema”, conjugadas en una acción común que va desde la propaganda de los medios de comunicación, el estímulo de un consumo casi irracional, la excitación de conflictos latentes o estallados, las vibraciones histéricas del mundo bursátil o el aviso de peligros extramuros.

¿Qué es lo más llamativo en esta situación? Nos inquieta saber dónde se ha ocultado el estado para dejar paso a esas presencias incontroladas. ¿Es que acaso el estado ya es una simple ONG, dedicada sólo a poner el énfasis en la regulación fiscal o impedir el peligroso desborde de las desigualdades? ¿Es que aquél llamado “estado del bienestar” –hoy fenecido- fue un remedo de urgencia frente a la posibilidad de la aparición de energías que pudieran modificar el fondo y lo sustancial de las estructuras fundamentales, como ya lo fue hace décadas, otro tipo de aparición que llevaba el mismo temor y que concluyó con el mayor dolor en la historia de Europa? Lo extraño y novedoso, es comprobar como el estado no se diluye en un mínimum de individuo, -ideal último tanto de Weber como de Marx– sino en un máximum de grupos económicos y bufetes de “think thank”. Estamos asistiendo a una nueva etapa de las relaciones sociales, en la que el poder “tradicional” deja paso a un poder central, que, en un mimético “efecto doppler”, ejerce su autoridad desde una distancia que se aleja inversamente proporcional a la vida digna del resto de la humanidad.

Muchos países proclaman hoy orgullosos los datos de un desarrollo permanente, pero no asumen el crecimiento, pues este concepto es patrimoniado por aquellos que son los auténticos dueños del territorio productivo. El trabajo es un ejemplo que muestra con toda crudeza el proceso que nos acompaña desde el fondo de los tiempos: primero se ejerció como esclavitud, luego se alcanzó como derecho, y hoy –frente a un ejército de desocupados- es un privilegio. Esta secuencia contiene ya de por sí, la verdadera razón de la economía, más allá del nombre que tuviera en los principios de la civilización como en los albores de la conquista espacial.

La economía se sentará, siempre, en los escaños de la derecha de la historia. Si la función hace al órgano, el axioma nos sirve para trasladarlo a ese mundo donde el dinero y la mercancía hacen a la cultura, a la alienación, al crímen, a lo teológico y hasta lo espiritual. No por severa esta conclusión cierra todas las salidas. Aquellos intentos que mencionamos puntúan en beneficio de esperanzadoras perspectivas. Son síntomas de una necesidad que, sin duda, viene creciendo también desde los mismos orígenes de la economía, intentando modificar aquellos aspectos que erosionan lo moral y entreabriendo puertas de impolutas acciones que se proyecten desde la producción, pasando por la distribución y llegando al consumo ético y solidario. Estas alternativas despiertan apoyo y curiosidad y todavía no son vigiladas por las fuerzas dominantes. Son alternativas válidas. Pueden, incluso, llegar a pesar y modificar decididamente las estructuras madres de la economía. Pero será entonces, en ese momento, cuando desde la acera de enfrente comiencen a ser atacadas sin cuartel. ¿Qué nos sugiere esa perspectiva? Que desde ahora mismo, junto con el desarrollo de la actividad específica, esos movimientos alternativos deben ir prefigurando una estrategia de defensa, de protección y, sobre todo, de apoyos mayoritarios, que permitan, llegado el momento de la colisión de intereses, no sólo sostenerse, sino avanzar por sobre los flancos adversarios más debilitados por su aislamiento y, tal vez, ¿por qué no? por su grado de agotamiento histórico, producto de su aberrante expansión, que culmine en un autodesgaste irreversible.

Alcanzado ese nuevo e inédito estadio, la economía, sin dejar de contener en sí misma su propia deformidad, andará un camino más próximo al equilibrio y la armonía.

El texto de Gaspar de Jovellanos que ilustra esta nota nos invita a pensar que, precisamente, la enseñanza de la “Economía” debe poner en esos claustros la dimensión y la importancia que tiene esta disciplina. A partir de ella también está en juego la calidad de nuestras vidas, el ejercicio de nuestras actividades, los planteamientos de nuestros proyectos futuros y el destino de nuestros herederos. Dependerá del contenido de sus académicos logros, que se sientan acompañados o no, por esta legión de hombres y mujeres que están dispuestos, hoy y siempre, a luchar para cambiar este mundo, para hacer posible otro dentro del mismo, y poner sus inmensa y bellísimas riquezas en las manos y en las necesidades de todos. Hay un camino, es muy largo, es cierto, pero no es interminable.

EL TRIANGLE- 2003

LA ECONOMÍA

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