Argentina, zona cero
Posted on 25 marzo, 2015 in Otros artículos
Cada argentino y argentina tiene una vaca y media promedio para alimentarse durante un tiempo que podrá ser largo o corto según lo que le agregue a la carne: patatas, arroz, pimientos, calabazas, etc. Los cortes del vacuno varían en calidad y cantidad, y van de las “bifes de lomo”, auténtica exquisitez, hasta los huesos con “caracú” para el puchero, pasando por la manufacturación de “chinchulines” o “tripa gorda”, sin olvidar el “asado” bien rociado de buen vino mendocino y aderezado con un “chimichurri” picantito. (Argentina for export).
El lector, atónito, tiene todo el derecho a preguntarse entonces ¿por qué sucede esta tragedia en un país tan ubérrimo? La respuesta está en una canción del viejo Atahualpa Yupanqui, cuando recitaba aquello de “las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”. Pero no sólo las “vaquitas”, también las patatas, el arroz, el petróleo, la luz, el gas, el agua, los ferrocarriles, los diques, las carreteras, los molinos, los campos, las minas, las refinerías de petróleo o de alcohol, los metros, los aviones, las plazas, los bancos, el congreso nacional, la casa de gobierno, las aduanas, los laboratorios medicinales, los bosques, los mares, todo, todo son ajenos. (sin comillas). A nosotros (sin comillas, es decir, el pueblo) sólo nos queda respirar un poco de gas lagrimógenos on the rock, sentir cómo se nos muere un hijo esqueleto entre nuestros brazos, tiritar de frío toda la noche haciendo fila frente a un consulado, organizarnos como piquetes de lucha, llevar al hospital todo lo necesario para nuestra asistencia (sólo nos falta acudir también con el cirujano o el especialista), robar lo que sea con tal de sobrevivir o drogarnos, putear, putear, llorar por dentro y por fuera (y no estoy refiriéndome a un tango, que ahora un tango sería un instante de reposo por tanto dolor y tanto estigma), comprobar, en fin, cómo se nos va de la mano lenta, pero inexorablemente, la ilusión, la esperanza, la risa, la confianza, la idea de bienestar, el gusto de la felicidad sencilla, y cómo, lenta, pero inexorablemente, cada mañana el futuro toma la forma de un desvencijado peldaño que se hace pedazos apenas intentamos poner sobre él la punta del pie para avanzar.
Argentina zona cero. El país implosionó. Hemos visto las cortinas bajas de muchos pequeños comercios con estos no tan sutiles mensajes pegados en el frente: “Nos fuimos a la mierda”, o “Nos fundimos”. De la crisis (que suele sufrir cualquier país) Argentina pasó al desplome. Por eso agobian hoy los titulares de los medios con impactantes y dolorosas imágenes, o atiborran de cifras al atónito lector.
Están tan unidas imágenes y cifras que llegan a mezclarse los 3.300 nuevos pobres diarios con los ojos del niño macrocefálico que nos mira despidiéndose de su vida –y de la nuestra-. Están unidos los comedores colectivos donde sobreviven miles y miles de familias con la tasa de paro más alto de la historia del país; los jóvenes que mueren en enfrentamientos con una policía corrupta y mafiosa, con el euro con treinta y cinco céntimos por hora que se paga al afortunado que consigue un trabajo en negro, o con el sueldo promedio actual de 200 euros mensuales. (Un millón y medio de personas sobre-viven en el Gran Buenos Aires con ¡30 céntimos!! por día).
Están unidos los ruidos de los cacerolazos con una clase política que ha superado con creces cualquier nivel de latrocinio, de robo y de cinismo existente en Latinoamérica. Argentina tiene hoy la clase política más denigrante del mundo. Con sólo analizar los vertiginoso de los acontecimientos que han sucedido este último año –producto final de todo un largo proceso- nuestra aseveración se confirma sola.
Ya no es sólo la anécdota de una caterva de presidentes que, abriéndose paso a codazos, se sentaban o levantaban de un sillón institucional, ni la frivolidad y la hipocresía de un congreso nacional enfangado por la misma presencia de sus “señorías”, ni el accionar de los grupos parapolíticos que los propios partidos sostienen, lo que enmarcan la actual situación Argentina. Es el absoluto y más profundo repudio de toda la sociedad, sin excepción, a la totalidad de la dirigencia política, sindical, y jurídica. Este es repudio sin miramientos. Se expresa en la consigna que se lleva a la Plaza de Mayo permanentemente: “¡Que se vayan todos!”. ¡Todos! Detengámonos un instante en este grito. Un país entero, se une para repudiar a quienes deberían dirigir los destinos de la nación. Es una situación extraña. Al calor de esta exigencia nacieron asambleas populares, grupos autónomos de trabajo, e, incluso, ya hay varias fábricas que al cerrarse por quiebra, son gestionadas completamente por sus trabajadores. Argentina tiene un presidente, ministros, secretarías de estado, etc. pero no representan a nadie. Nadie los ha votado. Frente el llamado a las elecciones que se ha hecho para alejar la tensión y las reivindicaciones más urgentes la gente responde con la indiferencia o la denuncia. Hay un graffiti en las paredes de Buenos Aires que dice: “Si gana alguien me voy”. Cabe preguntarse, entonces, ¿qué es la República Argentina hoy? La respuesta la tienen aquellos que desde el mismo vientre del hambre y la miseria se empeñan en un combate frontal contra la corrupción estructural. Porque no hay que olvidar que aunque lleguen a Barajas los aviones cargados de jóvenes que huyen aterrados de aquella tragedia, en el país quedan otros millones comprometidos en la brega diaria por una alternativa a tanto destrozos. Desde la cultura, la universidad, las organizaciones de parados, de amas de casa, de pequeñas empresas, de empleados públicos y privados, se levantan las voces que reclaman: “hay otra Argentina”. Sin embargo, la sociedad debe estar alerta. El fascismo también se alimenta de estos ríos revueltos. Y el fascismo es el rostro más duro de este sistema social. En Argentina se mezclan hoy tristeza e ira. Pero los pueblos jamás se entregan. Tarde o temprano, las penas desaparecerán por ahí, perdiéndose en el tiempo, y, por fin, las vaquitas serán nuestras.