Argentina puteada y las puteadas
Posted on 25 marzo, 2015 in Otros artículos
La gente salió a las calles con un sólo grito: “¡Hijos de puta!” (hasta las meretrices ofrecieron su oficio para poder expresar de alguna manera la indignación popular). Así, sencillamente así. Ni consignas ideológicas, ni reclamos de reivindicaciones profundas. Pero no era un insulto. Ese grito era un programa de salvación nacional.
El país se había hundido definitivamente en su mayor crisis y su clase política, tanto en el poder como en la oposición, tanto en la ciudad como en los pueblos más escondidos, trataba de no escuchar a la gente que salió a decir su verdad, a explotar, a expresar su infinito cansancio de una vez y para siempre. Y en ese “¡Hijos de puta!” la gente tiraba el lastre de años de corrupción y de capitalismo supersalvaje. Porque hijos de puta son los diputados que tienen dietas de 5000 € mensuales además de su sueldos, hijos de puta son los innúmeros asesores de esos diputados que cobran sumas mayúsculas por no ir a trabajar, hijos de puta son los caciques de las provincias que se apropian de las partidas oficiales que se envían para escuelas, hospitales, etc. hijos de puta son los jueces de la corte suprema que hacen la vista gorda frente a corruptos de alto standing y dejan en libertad a traficantes de armas y de drogas. En fin, hijos de puta son todos aquellos que desde la función pública se apropian de los bienes sociales y siguen libres, impunes y hasta soberbios. Por eso, ese “¡hijo de puta!” resumía toda la bronca, toda la ira acumulada.
Cuando nos preguntan cómo es posible que un país tan rico como Argentina haya llegado a esta situación desestructualizada y terminal, hay que buscar la respuesta en las crónicas causas que venimos arrastrando desde hace tiempo. Pero intentemos una explicación. Busquemos un símil. Gescartera, por ejemplo…Unos tíos se unen para la gran estafa. Lujosas oficinas -en el caso de Argentina, lujosos despachos oficiales, ministerios- publicitando relaciones con lo más granado del poder -en el caso de Argentina, “relaciones carnales” con USA como definió a nuestra diplomacia un ministro menemista- ofreciendo tasas de interés superlativas, por sobre cualquiera otra -en el caso de Argentina, privatizando a diestra y siniestra para emularnos con el primer mundo en una convertibilidad tipo cachetazo y “¡cállate la boca y sigue chupando!”– y por fin, una pléyade de incautos, con cierta dosis de ambición cayendo en la trampa -en el caso de Argentina, eligiendo una vez un presidente con fondo peronista y frente ultraliberal, y otra, un personaje que de “radical” sólo tiene el nombre de su carné partidario, pues por lo demás, la historia, tal vez, le ofrezca, para las hemerotecas, el modesto mérito de ser el suegro de Shakira. En Argentina el Estado, sus instituciones, y, por supuesto, todo lo que se llama mercado, semejan un enorme y afilado Gescartera. Es tanto el odio de la gente a los políticos que hasta aquellos que realmente luchan contra la corrupción son cuestionados, sino con la severidad de la crítica impiadosa, sí, con el rabillo de la desconfianza y las suspicacias.
Cómo no llamar hijos de puta a esos que han llevado con su política a que miles de hombres, mujeres y niños salgan de sus desvalidos hogares cuando cae la noche para recorrer las calles de Buenos Aires revolviendo las bolsas de residuos separando papeles, cartones, plásticos, para poder vender y sobrevivir de ese modo. Un ejército de sombras sin trabajo y sin destino. También son millones los que están «bancarizados» sin poder retirar su dinero. Y así, como una irónica elipse, los miserables sueñan con alcanzar la pobreza.
Sumemos a esto que sobre llovido…inundado. Cinco millones de hectáreas de la mejor tierra cultivable de Sudamérica están anegadas desde hace varios meses. El corazón de la pampa húmeda es hoy un inmenso charco a la espera de una decisión oficial que enfrente el desastre con todos los medios. El recién nombrado Canciller argentino fue gobernador de la provincia más afectada y…como si nada.
No hay medios. La gente dice que lo que no hay es vergüenza. Y la gente tiene razón. Los hospitales sobreviven gracias al tesón de médicos y personal de asistencia, en muchas provincias las escuelas son auténticos centros de servicio social, donde los niños, más que a educarse, van a recibir la comida diaria, la única que tendrán, pues en sus hogares se pasa hambre. Y, como cada tanto, los maestros reclaman con toda justicia, por medios de huelgas, el pago atrasado en meses de su salario, los niños no van a la escuela, ergo, no comen, ergo, crece la desnutrición, el abandono, el analfabetismo, las enfermedades crónicas, la delincuencia, el odio…Por fuera de esta realidad, políticos de toda laya se auto otorgan salarios de Hollywood sin el menor rubor.
El menemismo nos vendió el disfraz de primer mundo. Un disfraz ahora hecho jirones, que nos muestra ridículos, absurdos y tristes como los payasos tristes. La gente salió a sacarse esa ropa inmunda, engañosa, que muchas veces fue aceptada con alegría y hoy estalla también como autocrítica en las calles. Han explotados todos: los miserables, los pobres, la clase media, los que no son nada. Han salido a gritar “¡Hijos de puta!”
Por eso, el rasgo más característico de la situación actual es que la gente, el ciudadano de a pie, al que le han sacado hasta el hambre y las ganas de comer, no confía absolutamente en nadie. Por lo tanto, suceda lo que suceda a partir de ahora, será el resultado de las decisiones que tomen dirigentes alejados a años luz de la sociedad. ¿Qué significa esto? Que el descrédito, el escepticismo, la ira, el desaliento, todo como una masa informe, convivirá con los argentinos por mucho tiempo. Mientras tanto, para miles de jóvenes la salida seguirá siendo el aeropuerto internacional de Ezeiza. El último rasgo de patriotismo será irse definitivamente del país pero… en Aerolíneas Argentina.
¡Cómo no gritarles ¡HIJOS DE PUTA! a quienes nos hicieron todo esto!
El Triangle- 7/01/02- Barcelona