Una torva mirada

 

UNA TORVA MIRADA(«España autorizó la extradición a Argentina del represor Ricardo Cavallo» febrero 2008)

Detrás de los barrotes la imagen de su rostro se divide en secciones de pálidos reflejos. Y desde ahí nos observan los crueles ojos de este ser amoral, indigno de pertenecer a la raza humana. Todos sus pensamientos, toda su historia, nos habla desde esa torva mirada cargada de odio, de sangre y desenfreno. Es la mirada de un torturador argentino llamado Ricardo Cavallo que muy pronto se sentará en el banquillo inexorable de los acusados por crímenes de lesa humanidad.

En la taxonomía de los aberrantes recursos de este monstruo, encontramos no sólo el crimen sobre la piel sino también un sin fin de corruptelas ligadas a lo más denigrante y espúrio de la acción política. Porque los torturadores no son sólo eso, no son simples funcionarios de un ministerio, que, en lugar de ordenadores utilizan picana eléctrica, son, en lo más preciso de sus funciones, ejecutores, -en la escala mas baja y bestial-, de un sistema y un proyecto económico, que para mantener su hegemonía, (como lo ha demostrado en Argentina), puede alcanzar límites dónde la ciencia siquiátrica aún no había arribado.

El torturador no es un demente. Actúa siempre en su sano juicio. Tortura porque esa es su tarea, rompe los huesos a patadas, destroza la vagina de la prisionera, revienta los testículos del hombre atado a una mesa, aprieta los pezones con una pinza, descarga electricidad en los dientes, arroja seres humanos vivos al mar, o corta un cuerpo humano con una sierra, con total y absoluta lucidez, vanagloriándose incluso, de su eficacia y oficio.

El torturador, terminada la faena del día, tanto puede ir de copas con sus cómplices como regresar a su casa, besar a los niños, ver el telediario de la noche, cenar, hacer el amor con su mujer, dormir. Soñar. La bestia sueña que nos está mirando a todos con esos ojos que sólo reflejan crueldad y amenaza como advertencia y castigo. Sin embargo, dentro de su infernal sueño se levantan las víctimas para aturdirlo por siempre y para siempre, con un grito de ecos esperanzadores y victoriosos. El grito de “¡Nunca más!”

Enero de 2006

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