Sensación
Posted on 25 marzo, 2015 in Otros artículos
Si miramos, simplemente si miramos, percibiremos en el andar de los otros el espejo de nuestros pasos, ese cansancio que nos priva del ímpetu que otrora se nos ponía a bailar por dentro cuando la primavera coqueteaba entre el follaje y el calorcito que era medio rescoldo de invierno y otro poco futura brasa veraniega que nos
invitaba a provocar envites, aliviar los jersey, jugar con el perro del vecino y hasta tirarle una flor virtual a la muchacha que nos desbordaba por la esquina.
Como algo más que una cansancio, incluso, algo más que la tristeza, algo así como una niebla inhóspita entre grises laberintos que nos hieren hasta provocarnos una impotencia de manos caídas y ¿por qué negarlo? lágrimas oscuras, saladas de pánico, llanto arrodillado casi, porque así es como nos vemos, como nos sentimos, como cayendo hacia un fondo lodoso, donde nos esperan ojos reventados, corazones arañados, dedos comidos por depredadores infernales y un aquelarre de inútiles gritos. Caminamos nuestras calles con la periódica rutina de laboriosa araña. Pero no podemos abandonar ese cansancio. No podemos sonreírle al camarero de siempre que nos trae el café de costumbre, no podemos besar a nuestros hijos livianos de dolor, inmensos de aquella felicidad que era pequeña, pero era nuestra, y nos llevaba en andas hasta los atardeceres de los domingos y la ternura de los amantes. Hemos perdido algo. Se nos caen los párpados pero el sueño no viene, se nos quiebra el centro del pecho y no sabemos cómo reconstruirlo. De pronto, todo es un pavoroso espectáculo. La mancha se extiende imponente, crece, se mete en nuestra ropa, moja el mantel y la comida que ya no sirve. La mancha arrasa, agobia. Es roja. Y después viene el olor. Es un olor que gana los rincones, las sábanas que ya no saben del amor. Un olor a querubín quemado. Un olor final del mundo, del universo todo.
Mientras la vergüenza intenta sobrevivir, la guerra se ofrece a matar las primaveras.