Los pueblos ¿son -somos- de derecha?

LOS PUEBLOS SON SOMOS DE DERECHAEl título de este artículo puede generar confusión. Lo admitimos. Maticemos, entonces, la respuesta. Los pueblos pueden -podemos- ser de derecha hasta mucho más allá de la raya de las necesidades mínimas cubiertas. Pero, ¿quién determina que los pueblos son -somos- de derecha? ¿Lo denosta la izquierda? Demos un paseo por la izquierda.

Detengámonos en un acto cualquiera. Enormes carteles de fondo rojo con enorme letras blancas son levantados por algunas docenas de militantes (entre los cuales actúan infiltrados dos o tres agentes de los servicios, y que suelen ser los más activos y laboriosos. Deben ganarse con sudor su espurio sueldo). Los manifestantes se entusiasman y surge el grito desafiante y enérgico: “Si este no es el pueblo, el pueblo, ¿dónde está?”. Miramos alrededor y decidimos enviar una delegación a buscar al pueblo que, con toda seguridad, en ese momento está mirando el acto por televisión. Esa izquierda -nosotros- empobrecida, autogenerada, huérfana de pueblo, sigue poniendo el pecho y muchas veces la vida en un camino que está hecho, más de deseos que de realidades. Nosotros, el pueblo, podemos usarlos a ustedes -la izquierda- para alcanzar algunas reivindicaciones puntuales, y hasta los podemos elegir de intendentes o concejales. Pero no nos traigan esos gritos de “revolución” o “poder popular”, porque a nosotros no nos interesa ni el poder popular, ni ese socialismo que escriben en los carteles. Pero nosotros -la izquierda- empecinados, consientes, nos satisfacemos proclamando, por ejemplo, que “estamos haciendo un buen trabajo” en alguna barriada, en alguna fábrica, etc. Pero ¿qué significa “estamos haciendo un buen trabajo?”
La izquierda -nosotros- seguimos durmiendo en el mismo colchón tautológico de las “condiciones dadas”. El pueblo -nosotros- no entendemos de “condiciones dadas” porque tenemos una familia, hijos que mantener, tratar de conseguir un trabajo y, si se puede, lograr vivir cada día un poco mejor, aunque este deseo se hace esperar. Cierta vez los militares nos dijeron que nosotros -el pueblo- no estábamos preparados para la democracia. Tal vez tenían razón. Ahora ustedes, la izquierda -nosotros- nos dicen que no estamos preparados para el socialismo. Tal vez tengan razón. Tal vez no estemos preparados para esas metas, pero, por favor, déjennos estar preparados para lo que nosotros -el pueblo- decidamos cuándo y dónde.
Cuando dijimos ¡”que se vayan todos!” no estábamos diciendo que queríamos cambiar todo. Queríamos que se vayan los malos dirigentes y vengan los dirigentes honestos. Ustedes, la izquierda -nosotros- lo entendieron mal. Nosotros -el pueblo- no queremos ni el poder ni el gobierno. Queremos que nos gobiernen bien, sin corrupción. Hasta ahí llegamos.

Puntos suspensivos.

¿Dónde están los miles y millones de funcionarios bolcheviques, los miles y millones de periodistas al servicio del PCUS? ¿Dónde están los miles de dirigentes de las democracias populares? ¿Dónde están hoy los sueños de los grandes proyectos revolucionarios que regaron con su sangre miles de hombres y mujeres en Latinoamérica? ¿Dónde están los avances en los países que se liberaron del colonialismo y que hoy se desgarran en luchas intestinas que no siempre son producto de la antigua presencia colonial?

¿Qué conclusiones está sacando la izquierda -nosotros- de esta realidad? Hace más de cien años luchamos -nosotros- por las ocho horas. Costó muertos. Hoy, si nos dan un trabajo de doce horas no lo pensamos dos veces. Y no vamos a preguntar por el salario porque tal vez a la empresa le suene a “disolvente”. Si este no es el pueblo… Miseria y pobreza no son sinónimos de revolución. Bienestar, tampoco.

Entonces, habrá que ponerse a pensar.

¿Cuántos niveles tiene el capitalismo: salvaje, liberal, humano, socializado..? ¿Cuál es la alternativa si nosotros -el pueblo- no queremos más que vivir bien y si es posible, muy tranquilos, y si nosotros -la izquierda- siempre que salimos a buscarlo al pueblo-no lo encontramos?

¿Cuál será la alternativa cuando, por ejemplo, luego de una gran manifestación por la paz (a la que nosotros, -el pueblo-, aportamos algún destacamento), vemos que se han realizado destrozos callejeros y nos indigna eso mucho más que nos enorgullece nuestra propia participación.

¿Cuál será la alternativa cuando, por ejemplo, luego de una gran manifestación por la paz (a la que nosotros -la izquierda- aportamos hasta el último militante y levantamos los más grandes carteles) vemos cómo la gente -nosotros, el pueblo- se aleja cuando las fuerzas represivas nos castigan brutalmente.

¿Cuál será la alternativa?

La alternativa puede ser sincerar la realidad. Y limitar el deseo al plano íntimo, personal, alejado completamente de la vida y sus formas imperiosas. Si un referéndum, en un país, por ejemplo, se gana con el 99% de los sufragios, es que algo anda mal en ese país. Si se proclaman planes quinquenales exitosos y luego se ve que faltan productos básicos, es que alguien miente en ese lugar. Si se publican por todos los medios la devoción del culto al dirigente y luego se comprueba que en menos de veinticuatro horas ese dirigente es fusilado y colgado por nosotros -ahora sí, el pueblo- y que en pocas horas más todo cambia en ese otro lugar, es que se ha engañado sin vergüenza durante mucho tiempo. Sincerar la realidad puede ser el gesto más revolucionario que podamos ofrecer nosotros -la izquierda- a nosotros: -el pueblo.

Hacer los carteles más pequeños, limpiar de alcahuetes el ambiente, hacer el “buen trabajo” de aprender del otro -nosotros-, reconocer que cualquier victoria sólo lo será cuando tenga la solidez del tiempo, saber que el imperialismo, las injusticias sociales, la violencia del poder, la explotación no la descubrimos nosotros -la izquierda- y que ya estaba ahí cuando nacimos, y saber que nada, nada está a la vuelta de la esquina (porque no hay esquinas en la historia) y todo, todo, está en ese modesto, inteligente, sobrio y fundamentalmente honesto paso que demos -nosotros, el pueblo, sus organizaciones- para seguir en un camino que ha comenzado siempre y no terminará jamás.

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