Los fascinantes epílogos

LOS FASCINANTES EPILOGOS(Nunca he podido comprender ese empeño en afirmar que todo libro debe atraer, casi impactar o intrigar, desde sus primeras líneas. Es como si yo comenzara a escribir una novela, siguiendo aquellos cánones, de esta forma, por ejemplo: “…el cadáver tirado como un muñeco a sus pies, parecía querer devolverle el puñal que aún tenía clavado en el pecho…

Nunca acepté esa especie de manía artilugiada. Podríamos llevar la trampa a la vida real. Me presento ante alguien en una reunión social diciendo: “Mucho gusto, me llamo Eduardo Mazo y soy asesino serial”. Sin duda mi interlocutor sentirá el cimbronazo. Y una atrevida curiosidad lo mantendrá expectante y protegido por el entorno. Me opongo a esta manipulada atención. Por el contrario, me suelen interesar más los epílogos, ese magma de fines inesperados y que los hechos nos ofrecen. ¿Acaso no es un epílogo el fin del día? Acaso no matamos la luz cuando nos vamos a dormir? ¿Acaso no es un suicidio el sueño? Extraña manera de autoinmolarse cada vez que cerramos los ojos y vamos hacia la nada, vamos hacia los desiertos, hacia el pánico, hacia lo indominable. ¿Cómo podemos despertarnos lúcidos –esa pregunta que se hacía Borges– después de venir de violar a nuestra madre, de comer ratas muertas, de volar en una caverna, de cruzar la nieve, de intentar escapar de monstruos que nos persiguen…? ¿Qué extraño misterio contiene ese momento al despertar? ¿Nos queda dentro todo lo soñado? ¿De qué sirve Freud cuando el despertante se sacude el horror de la noche mientras desayuna y escucha noticias de acontecimientos en los que jamás participará, y luego ya, rumbo a su alienante jornada, sueña –y esta vez completamente despierto- en encontrar un sitio para estacionar su coche-cuota lo más cerca posible de su trabajo?

Denostados por la propia praxis cotidiana se acurrucan los que alguna vez pensaron.

Todo es un preguntarse qué es la vida. Y sin embargo, si se me permite el contraste, para un bípedo la vida es una simple sinecura. Y un final. Cada acto, cada gesto, cada incongruencia, cada metafísico giro en cualquier grado deseado, se esfuma, se disuelve en esa majestad invisible llamada tiempo. ¿De qué nos vamos a vanagloriar? ¿De tener dedos? ¿De escupir lejos? ¿De vestir, sacrificando nuestra propia piel? ¿De vomitar sin ruido? ¿Qué estúpido orgullo si la mitad es sueño y Calderón visionó el destino? Los profetas orinaban y defecaban y con los años cultivaron el olvido que sus exegetas quisieron ocultar. Entonces, ¿qué? Nada, ni dónde ni cómo. Ahora –es casi una mentira- estás aquí frente a este invento que no tiene olor como ayer fue la caverna y la silueta colorada de un bisonte efímero contenido sutilmente en este planeta y este cielo. Hay que renegar de lo absoluto y darse una vuelta por las queridas tonterías. Hay que jugar con las abejas bajando por el tobogán del arcoiris. Nuestros suicidios en la noche se encargarán de lo demás.)

imagSSSes

 

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