La política, perdón

 

LA POLITICA PERDONTraer en estos días la idea de Aristóteles en la que afirma que la ética desemboca en la política y ésta se subordina a aquella, parecería más una cáustica reflexión que un sincero llamado de lo que debe ser, por sobre toda circunstancia y toda estrategia, el más digno ejercicio de convivencia entre los seres que conforman una comunidad. La política, precisamente, por empírica y no exacta, necesita de ese otro elemento que permite acercarse a la apreciación de lo justo. Nos estamos refiriendo a la virtud.

Sin embargo, ya desde nuestros primeros conocimientos, se nos escamotea la verdadera función de la política –de lo político- con una pátina de fugaces y genéricas definiciones que reducen su dimensión histórica a un simple trámite electoral. (Que con profundo gusto obviarían muchos de los que ya alcanzaron el podio civil de un gobierno).

¿Qué se hizo hoy de aquella política que se pulía en su propio movimiento y rectificación? ¿Cuánto de venal, de corrupción y de sevicia se lanzó al abordaje de esto que llamamos democracia y que, por ahora, defendemos como nuestro modo de vida? ¿Cómo podremos higienizar el contenido de una política internacional que se mide por la cantidad de misiles de un estado contra la decisión de soberanía de otro? ¿Cómo neutralizar esa presión financiera que ahoga países con su gente dentro y que forma parte de las relaciones políticas entre estados?

Hay otra política, la que merodea cerca de cada uno de nosotros, más doméstica, que aflora en las campañas electorales, donde los misiles son suplantados por insultos y la presión por burlas ásperas y crueles. Nuestro derecho de hombres libres (si nos sentimos realmente así, y tenemos la capacidad de apagar el televisor a tiempo) es reivindicar la política como patrimonio de toda la sociedad. Y es la sociedad la que debe exigir el regreso de sus trabajadores políticos a un comportamiento y a un discurso maduro, sobrio, donde el contenido no se mida por el ensañamiento hacia el otro sino, por la dignidad de la palabra que conduzca, precisamente, a una mayor calidad de análisis. El mal gobierno no se paga sólo con el castigo de un día de elecciones, se paga con el olvido y el desprecio. De estas consecuencias hablaría Sócrates con sus discípulos paseando por los corredores del Liceo de Atenas en una de esas bellas tardes mediterráneas.

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