La mujer del prójimo

 

LA MUJER DEL PROJIMOCreo que está escondido en el décimo mandamiento aunque no lo explicifique. Por eso (no por el orden, sino por su simbiosis histórica) este ajado asunto de tanto «» se me hace un cosquilleo escolástico de carácter occidental. De este lado, digamos. Porque me parece inconsistente la transgresión del precepto en un chino de Mao, por ejemplo, o un japonés de Hirohito, o un ceylandés, o un lama, un filipino, y todos aquellos lejanos etcétera. Pero nosotros, !ay, nosotros! Nosotros sí que practicamos como desalmados (pecado del alma, ergo) este viril deporte. Y además lo hacemos con el más alto y sutil estilo que poderse pueda.

¿Hay, acaso, algo mas hermoso, tentador, subyugante, atrayente, vibrante, emocionante y un sin fin de «ante» que seducir a la mujer del prójimo? Pues sí, lo hay: La mujer del prójimo. ¿Qué tiene esta maldita mujer del prójimo (y van tres…) que nos vuelve locos, nos altera, nos arritmia las venas? ¿Qué tiene? ¿O es que acaso nuestra mujer…(Inciso: no es válido hablar de la mujer del prójimo sin poseer la cartilla de cónyuge o mancebo a punto de claudicar o concubino agnóstico. Caso contrario se invalida el juego) ¿Qué tiene -decíamos- la apetecida fruta que no nos pertenece? ¿Es bella, bellísima, es alta, altísima, es tetona, tetonísima.. ? Pues no, mire usted, frecuentemente no. ¿Entonces? Nos trae de boca porque la mujer del prójimo es eso, precisamente: de otro. Y nuestro alter ego, o el más liliputiense de nuestro ego, no nos permite aceptar tal cosa. Y que no nos vengan a esta altura de este concienzudo trabajo a decirnos que esto es un problema de machismo, ni de debilidad sexual, ni de nuestro escondido androginismo, ni vainas colaterales. Esa hembra -la del prójimo- no nos deja dormir. ¡Y se acabó!

¡Qué no haremos por bajar de esa rama el bocado que nos humedece las papilares más recónditas! ¡Somos capaces de todo! Suicidas, kamikazes de la pasión más desenfrenada. !Será nuestra! ¡Nada nos detendrá! Sin embargo… cuántas veces, por culpa de la mujer del prójimo, no nos hemos visto al borde, -y más allá del borde-, de situaciones peligrosas, trágicas. Pero esto también pertenece a la magia que tiene la mujer del prójimo y que nos lleva, como sherpas, a cargar el peso sobre el filo del precipicio que se abre detrás de una palabra o un gesto. Arrostramos todas las cautelas, derribamos el tacto y la cordura. Estamos cebados.

¿Y ella, mientras tanto? Ella, que nos tiene en observación bajo el microscopio de su cáustica ingenuidad, se divierte y nos dribla. Aquí una mirada, allí un mohín, acullá dos pestañas cerrando la picardía, toda una parafernalia al servicio de una complicidad que se va acercando, acercando…hasta que la mujer del prójimo !por fin! es nuestra. ¿Qué contarles a ustedes, ahora, lo que uno ha vivido? Mejor nos levantamos, nos vestimos y nos preparamos para ir al encuentro de la próxima mujer de nuestro próximo prójimo.

Lo malo de todo esto es que nuestro prójimo también se ha levantado y se ha vestido… y el caradura le ha dicho a nuestra legítima mujer que se iba a buscar otra mujer de prójimo. ¡Cómo para creer en el prójimo están las cosas!

 

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EEEE

 

 

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