La cumbre-cita

 

LA CUMBRE CITA(Ante la noticia de una reunión de jefes de estados europeos en la ciudad de Barcelona, me adelanté con este artículo.)

Yo la imagino así: instalan una gran mesa circular en la Plaza Catalunya y levantan gradas a su alrededor. Ornamentan el entorno con serpentinas, globos y un sinfín de graciosas lamparillas.

El día señalado, van llegando desde el fondo de la Rambla las alegres columnas de los pueblos europeos haciendo flamear decenas de diferentes banderas que acaban por parecer una sola cuando entran a la Plaza por Pelayo, mientras algunos turistas sentados en la terraza del Zurich los aplauden con énfasis. Llenan las gradas. Al rato se anuncia por los parlantes la entrada a la Plaza de los representantes de los pueblos de Europa.

Aparecen señores y señoras con cierto aire circunspecto sin alcanzar lo severo. Los de las gradas y los recién venidos se saludan mutuamente. Se conocen. Se van a sentar a la mesa los servidores de los que están en las tribunas. Mientras se prepara la reunión, algún poeta, sentado a la vera de la estatua a Macià, se pregunta dónde andarán ahora las palomas de la Plaza.

Va a comenzar la cumbre-cita europea. Los jefes de estados y de gobiernos están ya sentados a la mesa a la espera de rendir cuentas ante sus pueblos. Las preguntas bajan desde las gradas con afinadísima precisión. Se quiere saber qué se ha hecho durante el año transcurrido con las órdenes que dieron los pueblos para mejorar la vida de la gente. Se exigen cuentas sobre el cuidado y protección de los desfavorecidos, el abrigo social y legal de los trabajadores inmigrantes, se inquiere sobre si tal o cual monopolio que ha desvastado la economía de una región ya ha sido puesto en la ilegalidad y muchas, muchísimas otras cuestiones de la vida cotidiana.

Así bajan las preguntas y las nuevas directivas que dan los pueblos. También se aprovecha la reunión para exigir la renuncia de aquellos representantes que no han sabido cumplir con su gestión y el mandato otorgado. Entre cantos y algarabías termina la cumbre-cita. Se vacían las grandas. La Guardia Urbana intenta ordenar un poco la enorme y bulliciosa desconcentración, mientras la tarde, a las puertas de una nueva primavera, se esmera en su calidez.

En las banquinas, duermen las piedras.

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