La copa vacía del Boadas

 

LA COPA VACIA DEL BOADASAhora no, todavía no. La muerte siempre se toma su tiempo para existir y presentarse: primero nos aletarga, nos disuelve en una especie de magma espesa, casi irreal, nos confunde, luego, ella misma se estira reptando, lenta, casi subrepticiamente, para que vayamos acostumbrándonos al dolor y éste vaya adoptando la forma de los días, los cotidianos absurdos de los porqué y los cuándo.

Pero hay un momento en que ese vacío sube al podio del recuerdo, y entonces sí, entonces, aquella ausencia que pudo soportarse, ahora se condecora de congoja y tristeza. Y esto sucederá un viernes, precisamente, el veintitrés de abril del año próximo, un día gordo de libros, de flores, de ganas de vivir, de enamorarse, de volar más allá del calendario, cuando ese día, a metros de la rambla, (que lucirá sus galas recordando a aquél guerrero que vence al dragón defendiendo a la princesa), ahí cerquita, en la coctelería Boadas, quedará una copa esperando para siempre a Manuel Vázquez Montalbán, que, por primera vez, fallará a su ritual del día del libro. Los parroquianos harán un minuto de silencio, alguien leerá, como un mensaje hacia un invisible horizonte, uno de los poemas del amigo que se ha ido, aquél que termina diciendo, como una premonición: “más nunca se atraviesa el espejo de la propia memoria”. Tal vez Manolo nos quiso decir en sus poemas aquello que deseó en silencio, en ese diálogo que todos entablamos con nosotros mismos para imaginarnos que somos lo que no, que, de pronto, intrépidos, nos lanzamos a las más peligrosas aventuras o rectificamos los pasados para hacerle un corte de manga a la apretada realidad. En ese territorio secreto, Manolo soñaba, tal vez, que junto a Rusiñol, a Casas, a Picasso, y a todos aquellos bohemios de un tiempo respirado ayer, caminaba las calles del Raval, su barrio querido, escanciando nieblas, trastabillando en bordillos irrespetuosos y cubriéndose con ese rubor de los hombres nobles que sólo ejercen la timidez en la pequeña cosa, pero se levantan en coraje y audacia frente a las dictaduras y a las sevicias de cualquier poder. Porque Manolo nos demostró que para ser un gran hombre no se necesitan grandes gestos, sólo un línea de dignidad, de coherencia, de limpia mirada, una lealtad con los orígenes y los amigos. Manolo era todo eso. Y además, era escritor.

11 de noviembre de 2003

VAZUEZ MONTALBAN1

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