Husos, lágrimas y brindis
Posted on 25 marzo, 2015 in Otros artículos
De las tres columnas fundamentales de esto que llamamos civilización se desprenden las variables de los calendarios y sus fastos. A nosotros, -que nos guiamos por un incierta fecha natal y un medición entre lunar y simbólica-, nos toca festejar el 31 de diciembre, -segundo más o segundo menos-, el inevitable fin de año.
Entonces nos vamos a la plaza Catalunya con las doce uvas en una mano y la botella boicoteada de cava en la otra, para dar rienda suelta a un júbilo que contiene, a un mismo tiempo, la venganza laboral y la expectativa de futuros seis números liberadores de la Primitiva, (porque el billete de navidad, una vez más, nos abandonó en el bombo). En la plaza nos encontramos socios de la misma cultura: coetáneos del rito, aborígenes e inmigrados. Algunos de estos últimos han brindado, cuando esa misma tarde las doce de la noche ya fueron en Filipinas, o en un minoritario y casi insólito templo cristiano de Pakistán o de la India, o en los profundos rezos de Jerusalén. Entonces, el tiempo se acerca y cruza exactamente a su hora por la plaza alborozada, mientras se descorchan las ilusiones y las tristezas y se funden en un sólo trasluz las burbujas casquivanas con las lágrimas de los que llegaron en los gigantes 747 dejando sonidos y pieles en aquella América que tardarán en volver a ver y sentir. Dejarán la plaza, esperando, rambla abajo, o en encuentros de compadres, que el jumbo invisible del recuerdo cruce los husos del océano para volver a brindar cuatro, cinco a seis horas después del jolgorio local, junto a una mesa que no existe, rodeados de seres queridos que no tocan ni besan, añorando olores amados que se van perdiendo, paisajes profundos que los ojos no quieren olvidar. Preguntarán si hay algún locutorio abierto para llamar a los suyos lejos, cuando sean las cinco o seis de la mañana y la rambla comience a tener sueño mientras las botellas hacen un balance de risas, tumultos, vómitos y locas danzas. La voz metálica golpeará a traición: “En estos momentos nuestras líneas están colapsadas. Les rogamos vuelvan a llamar en breves minutos”. Se intenta una y otra vez, pero, cuando por fin, “las líneas” ya no están “colapsadas”, comienza a amanecer, lenta, muy lentamente en la ciudad. Y mientras sus moradores tiran la resaca por el balcón de las pesadillas, en las pantallas de los aeropuertos anuncian la cancelación del vuelo de regreso.
31 de diciembre 2005