Esa mirada a cielo abierto

 

ESA MIRADA A CIELO ABIERTOEl coraje y el amor es esa aleación que forja leyendas atravesando el tiempo y la memoria de los hombres. En estos días se nos han cargado las alforjas del sentimiento con las noticias que nos llegan de Chile, desde el horizonte de ese desierto milenario y seco que no implora la lluvia con un gesto de geográfica dignidad que sostienen también sus moradores.

Se derrumbó la mina. Y estallan los titulares, y tiemblan los familiares, y se muerden los labios los compañeros. Treinta y tres proletarios, hombres del pan duro, como diría el poeta, perfiles de la piedra desatada, manos de la más dulce apereza, alcanzan el breve refugio como si fuera un cuadrado de vida y esperanza. Entonces, en ese momento, comienza un adentro y un afuera, un saberse que hay que quién busca y quién sabe que es buscado. Tanta grandeza, tanta cosa que oprime el pecho, tanta solidaridad y tanta rabia y tanta confianza –porque eso es el significado de la lucha- nos impele al orgullo compartido. El tiempo pasa –ese es el oficio del tiempo- y esfuerzos e intentos no saben ni de días, ni de noches ni de sosiegos ni de resignaciones.

Frente a la decisión de los compañeros se levanta desafiante la majestad de la piedra. Es una demencial y desigual correlación de fuerzas. (El minero, como el hombre de mar, respeta la presencia a la que se atreve, no para desafiarla, sino para convertirla en materia de sustento.) No cejan los intentos, no se entrega el que rescata porque sabe que el que lo espera tampoco baja los brazos. Es un comunicación de fractales e invisibles mensajes. Ambos se unen en infinitos y virtuales abrazos, recordándose en duras jornadas a la luz del túnel, respirando sabiamente, -más allá del chancador que tritura sin piedad el mineral que hará después subir las acciones en el mundo bursátil- con las caras teñidas de polvo y salpicados por metales cristalizados que la tierra ha guardado por millones de años.

Los mineros se dimensionan a un lado y al otro del agresivo agujero. Es entonces, en esa conjunción que es milagro para unos y empecinada tecnología unida a la experiencia de los años para otros, pero al fin de cuentas, una primera victoria para todos, que la pequeña y casi desgastada broca llega al punto central de su búsqueda para lanzar al mundo dos palabras, sólo dos palabras que reverberan en un eco de armoniosa frecuencia, dos palabras, inmarcesibles, dos palabras que resumen lo que ha llegado en un pequeño papel escrito con dignos trazos, con precisa información, y con roja y valerosa tinta, dos palabras que mojan los ojos hasta de los más duros: “¡Están vivos!”.

La mina ha entregado, por fin, un poco de su resistente existencia. Ahora hay que ir por más, por todo. Cuando la sonda regresa a la mina, ya engalanada con su cámara de video y llega nuevamente al refugio de los mineros, unos ojos tranquilos nos miran. Nos miran para rescatarnos a nosotros, rescatarnos de la distancia y del olvido, y muchas veces, de la derrota. Es la mirada a cielo abierto, inolvidable y heroica de un trabajador chileno. No puede haber más grandeza en ese momento y en ese lugar.

Ahora vendrán los días y nuevas emociones, renovadas expectativas y metros ganados a la roca mientras se cruzan mensajes de idas y vueltas. Todo se vestirá de relojes y calendarios. Alrededor de la mina el amor se llama Campamento Esperanza, un poco más allá, se levantó otro más grande que se llama Chile, y un poco más lejos, pero no mucho, hay uno al que le dicen Argentina. Desde este campamento abrazamos a nuestros hermanos en la historia, en la sangre y en el futuro.

agosto 2010

acielo abierto

Comments are closed.