Un nuevo diccionario
Posted on 15 marzo, 2015 in Artículos en La Vanguardia
Paul Tabori escribió hace unos años un libro titulado «Historia de la estupidez humana» que alcanzaba a enumerar algunas de esas cualidades de las que casi nadie estamos exentos, pero que, en el fondo, se pueden tomar como alegres anomalías del espíritu humano. El columnista propone ahora, en cambio, escribir una obra que podría titularse: «Diccionario de la intolerancia».
Tendrá que ser, efectivamente un diccionario. Veamos algunas definiciones tomadas al azar: «Moro, judío, negro, gentuza hecha con excrementos«. Y así podríamos comenzar a cubrir páginas llenas de insultos, sevicias y abyectos sentidos de la moral. ¿Qué mundo proponemos cuando el otro es un «polaco», o un «charnego», o un «sudaca», o «maketo»? Incluso usamos hasta el gentilicio como si restalláramos un látigo: «español», «murciano», «andaluz», «castellano». Más aún, somos capaces de afrentar en un gesto totalizador y ruin lo honesto con lo cruel y así un vasco es un «etarra», o un madrileño es un «fascista».
En cada rincón del mundo se practica, en nombre de «lo nuestro», la expulsión, el asco y hasta la violencia, sólo con el fin de no ser «molestado» o «usurpado». Pueblos separados tan sólo por una calle, un río, o, simplemente, una paradoja, se insultan mutuamente, y encuentran a pocos pies de su historia, cada uno, una afrentosa definición del otro.
¿Cuánta lejía hará falta para limpiar tanta inmundicia? ¿Qué es convivir? ¿Qué es lo que nos conduce a creer, sentir y sostener que nosotros, exactamente nosotros, somos los mejores? Hay uno, ¡yo!, que es el más íntegro, el más justo y el merecedor de todos los beneficios y hay otro, que incluso a veces viene de «fuera», (y debe mantenerse «fuera» aunque viva ahora en el piso de abajo del mismo edificio) que no tiene ningún derecho a disfrutar lo que es «nuestro».
¿No contiene esto un deseo escondido de limpieza étnica? ¿Es o no es una violación de los derechos humanos, ese escupitajo denigrador que conceptúa al otro? ¿Es o no es un hecho violento esa palabra que supera el mote para convertirse en insulto verbal? Pero, ¿a ver si resulta que al final de esta historia, el “otro” somos cada uno de nosotros?
La Vanguardia 7/11/2002