20-XII-83

Copia de 20-XII-85 emerg 202

 

Este es mi primer libro de cuentos. Los escribí desde un rincón secreto de mis imaginaciones. Son relatos cortos, a veces oscuros y otras jugando con las tinieblas. Éste es uno de ellos.

 

LA CAVERNA

Fue tremendo. De pronto, toda la quietud, toda mi quietud, se transformó en el inmenso tronar de la caverna, y comencé a temblar. Las paredes latían desaforadamente, se apretaban una contra otra, me sacudían sin piedad. Pensé que todo aquello pasaría, que era una simple disfunción anodina, un engaño, y luego volvería la paz que yo tanto amaba, ese estarme ahí, con la misma posición de siempre, tan plácidamente embriagada por el calor invisible que recibía a cada instante, sintiéndome protegida de los misterios. Sin embargo, un ruido distinto me hizo dudar de todo eso. Debajo de la caverna oí algo que se rompía, y un ulular de agua enloquecida se precipitó hacia cualquier lugar.

Me asusté. Por primera vez, me asusté. La caverna continuaba su ritmo despiadado, castigando mi cuerpo, lacerándome. Me pregunté por qué. Por qué esa actitud, por qué ese cambio inmisericordioso, si siempre habíamos estado unidas en el tiempo y los fenómenos. Qué daño cometí para que aquellas paredes me hostigaran ahora. Debajo, el agua seguía enfurecida, abriéndose camina hacia vaya a saber qué paisajes.

No sé cuánto duró ese fragor. Ya estaba a apunto de perderme en la vorágine, envuelta en mi temor y mi desdicha, cuando vi la luz. Sentí la luz. La caverna, toda, se abría en movimientos y crueldades. La luz se acercaba. Yo resistía con todas mis fuerzas, pero era inútil: trastabillaba, giraba sobre mi misma, me aferraba con los pies, con los codos, buscaba un rincón donde perderme. Nada. Estaba sola. La caverna era un pasado.

Y entonces, cuando no había ya reparos ni explicaciones, desde la luz, se acercaron unos tentáculos rosados, enormes, lascivos, y tan seguros, que acepté mi derrota. Me sentí horriblemente tomada de la cabeza. La luz me envolvió, yo flotaba inversamente a mi historia, mis sienes se llenaron de sangre, me ahogaba, no podía respirar, me moría. La caverna, -soñé- quiero regresar a la caverna, quiero su calor, quiero su ternura, su intimidad. La muerte crecía en mi desesperación, y, ya a apunto de desflagarme íntegra, los tentáculos me golpearon, una, dos, tres veces, y estallé en lágrimas, con tanto ímpetu que mi llanto fue grito, y en medio de esa mágica reencarnación escuché a un gigante blanco que decía: «Es una hermosa niña, señora.»

 

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