¡Socorro, es navidad!
Posted on 15 marzo, 2015 in Artículos en La Vanguardia
Cuando uno quiere –o se quiere– regalar algo, un perfume, por ejemplo, ¿cómo lo elige? Lo abre, y si le agrada, sencillamente dice: ¡qué bien huele!
Pues en Navidad, no,
En Navidad tienes que mirar, primero, los anuncios de la tele, y verás entonces una hermosa pantera negra –en vías de extinción– que camina lentamente mientras la cámara se acerca a ella a medida que la figura de la bestia se transforma por arte del ídem digital en un frasco de perfume, mientras una voz en “off” susurra, en un ignoto y pegajoso idioma, algo que no entendemos, pero que imaginamos tendrá relación con el contenido del frasco y su olor. (Confiemos que se trate, precisamente, de la fragancia del perfume, y no del olor de la pantera). Pero de lo que no nos cabe duda, es que si compramos esa marca de perfume, con el precio tendremos que pagar también los gastos de comida del felino y el whisky que liba el publicista cuando sale de su creativa agencia tras la jornada laboral.
Es Navidad. Se abre la veda de la bondad más exacerbada. Nos van a llenar de deseos de felicidad (¿no es mejor dar felicidad a alguien que deseársela?). El cristiano le deseará felicidad al musulmán, el budista al judío, el ateo al integrista, el empleado al jefe, el vecino al portero; como un alud imposible de filtrar. Todos deseando felicidad a todos. Sale sin esfuerzo de los labios, es casi una faena de reflejo condicionado. No ladramos, es cierto, pero deseamos felicidad al primer estímulo que nos propone el calendario. En fin, todo un paisaje ecuménico que más desearíamos se extendiera a lo largo de todo el año que está al caer.
Lamentablemente, no es así. Por eso hay un ajuste en el deseo. Se dice: “Felices fiestas”. Y luego… bueno, una vez pasadas las fiestas, ya te arreglarás. Y si no, jódete. Este silente deseo suele navegar por debajo del otro, que muchas veces ejerce su artificialidad disfrazado de axioma espiritual. Pero es Navidad, ¡qué caramba! Y a ver quién es el valiente que se atreve a sentir la soledad caminando por Portal de l’Àngel en estos días de consumo iconoclasta. Es Navidad, pero si no detenemos esta vorágine rebañil y crematística, tal vez llegue el día en que aquel Niño cuya reproducción compramos en la feria de la catedral, y que dicen que era el hijo de Dios, se nos cruce en un pasillo de un híper con una Game Boy en la mano jugando a matar panteras negras.
La Vanguardia 07/12/2003