Los viejos y la ciudad

VIEJOS EN LA CIUDAD 1

VIEJOS 4«Los viejos exceden«, solía decir mi abuelo, con esa especie de lenguaje encriptado que había traído de las estepas y que asolaba mis afanes interpretativos. Luego se retiraba a un rincón del patio de la casa, miraba a lo lejos, de cara a una pared, mientras en la piedra rebotaba una lágrima que supe muy tarde.

Se nos están muriendo los viejos en este vengador estío que se infiltra por las rendijas y las arritmias del asma. Los que saben hablan de «golpe de calor», pero yo creo que es más por golpe de soledad, esa especie de «stand by» que pone al viejo en un ángulo del olvido y lo mantiene arrumbado hasta que la canícula sube por el terraplén de la tristeza, se anida en el recuerdo de viejas historias que ya a nadie interesan y seca el corazón y las entrañas con ese estilo limpio y lento que tiene la muerte cuando no quiere hacer ruidos ni escándalos.

Se nos van los viejos calladitos en las grises habitaciones de los barrios más humildes de la ciudad, allí donde el sol golpea la chapa del techo, o en cuartillo miserable y casi invisible de la pensión, donde el pequeño y barato ventilador no alcanza para llenar de aire el cubículo del inquilino crónico.

Se mueren abandonados, quietecillos, sin alharaca, sentados en la vieja silla de siempre, o secos, tirados en el camastro que les dejó un amigo hace una eternidad. Cuando llegan los de la ambulancia, o se adelantan los bomberos, por eso del olor y el «hace días no se lo ve», el viejo se ofrece aún más pequeño, más humilde, más anónimo. ¿Dónde están los suyos? ¿Dónde los hijos? ¿Dónde las vergüenzas?

Los viejos se nos mueren solos en los barrios humildes. (En los otros, a veces, la hipocresía, que tiene mucho de «poderoso caballero», puede darse el lujo de aparentar que los protege cuando en realidad los almacena con cierto confort, hasta que llega el momento, y las conciencias se tranquilizan con la publicitada muletilla del «murió rodeado de los suyos»).

¿Cuántos viejos solos se llevará este verano que no olvidaremos? Se nos van sin líneas necrológicas, sin flores ni plegarias, casi como si fueran «NN», esa definición que llevan los esqueletos atados al postrer hueso en las fosas comunes. La ciudad es esa fosa común en la que nuestra indiferencia también nos sepulta.

«Los viejos exceden.»

Pero ¡qué vacías y culpables quedan nuestras manos sin ellos!

La Vanguardia 01/09/2003

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