Los vecinos del alcalde
Posted on 15 marzo, 2015 in Artículos en La Vanguardia
El presidente del Gobierno central sale de su dormitorio ya vestido y acicalado y se dirige en pocos pasos a su despacho oficial. No coge el metro, no llama un taxi, no saca el automóvil del aparcamiento, y solamente saluda a uniformados custodios y a circunspectos asesores, mientras le acercan sumarios resúmenes de prensa. La Moncloa no tiene vecinos a su alrededor.
En cambio, la mayoría de los alcaldes de nuestras ciudades bajan por la mañana en el ascensor de su bloque de viviendas, o salen de sus casas adosadas, al tiempo que intercambian los buenos días con sus paisanos que también van al «curro» con la acostumbrada madrugadora cara de mala leche. Todos somos los vecinos del «señor alcalde». Es nuestra cercanía con el poder. Ahí lo tenemos, casi a un palmo de nuestras críticas, de nuestros denuestos y, a veces -muy pocas- de nuestros elogios. Y como en todo barrio ciudad existen cotilleos, hay secretos, hay «el qué dirán» y hay el «ya no se puede vivir así», el alcalde -que es el presidente de esta «comunidad»– debe, en primer lugar, prestar atención a las opiniones de sus representados. Escuchando se va también forjando el líder. A veces, la mejor manera de hacer es dejar hacer a quienes saben de cada asunto.
Las llaves de la ciudad siempre tienen que estar a mano del alcalde, con ellas podrá abrir las puertas de tantas necesidades que hay que cubrir, de tantos proyectos cualificados por su función social. ¡Y cómo nos gusta a todos que los que dirigen pateen nuestras mismas calles, huelan la sinergia de los vapores urbanos, se codeen con lo más y lo menos de la tribu! Acostumbra a dar bastante más réditos encontrarse con el «señor alcalde» y tomar con él un carajillo en el bar y charlar sobre los problemas más cercanos que ver su imagen en la primera página del periódico de hoy. Porque, en definitiva, la labor de un alcalde (a los que les deseamos muy larga vida) se comprobará en su entierro.
A un alcalde, socialista y viejo profesor -que no sabía cómo se decía John Lennon– lo acompañaron un millón de vecinos hasta su última morada. ¡Nos gustaría tanto repetir esa multitud algún día lejano!
La Vanguardia 08/02/2002