Las bellezas del verano
Posted on 15 marzo, 2015 in Artículos en La Vanguardia
La ciudad arde, pero a él se le ve cruzar la Rambla con severo semblante, abstraído vaya a saber uno en qué intrincados pensamientos. Lleva sobre la cabeza un casco de perdidas guerras que hubieran invitado a Conrad a una nueva leyenda. Talla nuestro hombre una chaqueta de cuero carcomida en mil calendarios y, debajo, una afelpada y poluta camisa que cubre -se percibe, apenas- una camiseta otrora blanca. No sabemos su nombre, ¿para qué?, pero este majestuoso loco quecamina con este «look»
entre la gente casi desnuda nos arroja lejos las recomendaciones de protección civil: ropa ligera, beber mucho líquido, etc.
Todo se transfigura cuando el estío se excede sobre los placeres y las necesidades. Entonces, el ejercicio de nuestra propia condición humana, el simple hecho de intentar una defensa orgánica que sea capaz de no adulterar nuestros propios convencionalismos, nos arroja hacia el desesperado gesto de alcanzar un fragmento de brisa, o un cono de sombra minuciosa, como moviéndonos en un juego de geometría urbana y sol inmisericordioso, o nos conduce a la más alta cumbre de la felicidad agosteña: un local con aire acondicionado.
Los habitantes de la ciudad intentan apagar sus invisibles fuegos con miles y miles de botellas de agua, con irresistibles helados o moviendo un abanico chino de un euro que respetables señoras, que una vez soñaron ser Sissí, abren y cierran con aristocrática elegancia mientras se quejan del precio del besugo en una parada del mercado de la Boqueria. El vulturno entra por la boca, por las orejas, por los párpados, en el pelo, en el alma, en la extenuación de cada jornada. No hay tregua. Y aquí no podemos crear una «Fuenteovejuna» contra la canícula. Tampoco podemos pasarnos el día, desde las diez hasta las veintidós, metidos en un gran almacén: terminaríamos comprando algo, que nadie da duro a peseta ni aire acondicionado a paseo diario sin rascarse la faltriquera.
Con todo, hay ventajas, de género. Los chavales sacan sus mejores galas, es decir, las impactantes musculosas que definen el perfil de un bícep o la trabajada cintura que se luce para ser admirada, o dejan ver, libre y viril, un tatuaje perfecto y eterno que hoy es motivo de orgullo y algo de fanfarronería y que, un día, tal vez, el arrepentimiento convierta en una imagen inútilmente maldecida. Ellas, las adolescentes y las que se resisten con dignidad a dejar de serlo, nos ofrecen sus ombligos como un bellísimo punto autobiográfico, la luz de sus edades, en esos pechos sin corpiños que emigran hacia la libertad y la música, mientras sus diminutas y voluptuosas faldas nos hacen suponer que aquellas pingüinas de la novela de Anatole France, que vistieron las flotantes telas para hacerse irresistibles, empezaron a ser deseadas un ominoso verano como éste.
Pero llegarán las lluvias -una tormenta las anticipó- que mojarán antenas y sudores.
La Vanguardia 18/08/2003