La última esperanza

LA ULTIMA ESPERANZA

PIEDRAs

 

portada_historia_libro-electronicoUna prestigiosa casa de subastas londinense ha intentado vender por segunda vez las galeradas de imprenta corregidas de «Cien años de soledad», la celebérrima novela del Nobel Gabriel García Márquez. La oferta apareció en el mostrador con un «toque» de salida superior a los trescientos mil euros.

Resulta que el original de «Cien años de soledad» (pergeñado con máquina de escribir) fue destruido por el propio autor. Por lo tanto, ni las galeradas ni el original son manuscritos. Se cotizan las correcciones a mano, se pone precio a las anotaciones al margen, a las líneas modificadas con un bolígrafo, una pluma o un lápiz. Toman valor los cambios de última hora antes de que los textos entren en la imprenta, cuando el autor, ya exhausto de tanto leerse a sí mismo, señala una necesaria coma o un guión sin cerrar.

¿Quién escribe hoy su novela directamente a mano? ¿Quién se niega hoy a la sirénica llamada de un procesador de texto que permite escribir, borrar, recuperar y guardar enésimas veces sin necesidad de gastar una gota de tinta y que, incluso, corrige gramaticalmente de la a la zeta los horrores de lenguaje que muchos literatos -famosos o no- muestran en sus entregas a la editorial? Aquellas galeradas son hoy revisadas directamente en el ordenador, enviadas después a través del correo electrónico o encerradas en un simple y frío disquete. (¿Se firmarán estos disquetes para ser subastados un día?)

¿Qué valor alcanzaría en estos tiempos el original de «El Quijote»?

Las plumas de gansos del siglo de oro ornaron el papel mientras las manos se entintaban de genialidad y gloria. Tal vez un día, un autor mediocre pero listo escriba su obra directamente sobre el papel y la envié al editor. Y luego, sin interesarle si su libro se vende o no, pondrá a remate ese manuscrito que se subastará exitosamente sin duda, como un lote extraño, casi desconocido y único.

Sin embargo, para bien de la nostalgia y el encanto, sobrevive entre nosotros una pléyade de poetas que seguirán escribiendo sus versos en una simple hoja de cuaderno, en una servilleta de café en cualquier bar de nuestra siempre evocadora Rambla, en una libreta apretada en cualquier trinchera, o entre las tortuosas líneas de una profunda carta de amor.

Quizás por eso, la poesía sea nuestra última esperanza-

La Vanguardia 08/09/2003

ESCRIBA

 

 

 

 

 

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