La rambla de los pájaros

(Aviso a navegantes: la Rambla de los Pájaros ha desaparecido y ahora se instalaron kioskos de caramelos y helados…ya no se escuchan los trinos)

PAJARERIAS 01

El caminante deja Canaletas rambla abajo y cruza una frontera que lo lleva a una especie de microbosque en medio de la gran ciudad. Está entrando en la «Rambla de los pájaros», donde los sonidos gorjeantes de las aves le dan la bienvenida y hasta lo invitan a silbar a coro.

Cuánta música ha pasado por ahí desde que aquellos antiguos pajareros de finales del siglo diecinueve llegaban con sus carros llenos de jaulas, que colocaban, cada uno en el suelo, con su correspondiente número y orden de ubicación, y se enfrascaban en profundos peritajes ornitológicos sobre el canto del Malinois, o el Timbrado, o los giros profundos de un Waterslager.

Al caer la noche, después de la faena, los coloquios y las sentencias de los expertos, vendedores y pájaros no vendidos regresaban al hogar, mientras la luz de gas que iluminaba la noche ramblista dejaba paso a otro tipo de fauna.

Hoy, desde los modernos puestos, nos llaman los mismos trinos de siempre. Es un auténtico placer detenerse a escuchar, acercarse a esas jaulas para recibir una canora bienvenida y hasta presenciar la graciosa pirueta de un hámster que pronto se llevará (dentro de una pequeña y agujereada caja) un niño emocionado, ansioso de llegar a su cuarto para poner a su mascota a dar vueltas y vueltas en un aro infinito y mágico, mientras su «dueño», tirado en el suelo con la cabeza apoyada en sus manos, pasará horas mirándolo con absorta ternura.

Esta Rambla a veces nos ofrece, incluso, el espectacular canto del gallo al amanecer. ¿Qué otra ciudad se puede dar el lujo de oír un viril ¡quiquiriquí! en pleno centro urbano? A nadie se le puede ocurrir, por supuesto, la idea de sacar estos coloridos centros líricos y auténticos aviarios al aire libre, que siempre han alegrado ese tramo del paseo, para suplantarlos por terrazas de paellas y sangrías turísticas o vaya a saber qué audaz y crematístico implante posmoderno.

Sigamos disfrutando con todos nuestros sentidos de ese escenario y esa música que, al mismo tiempo, nos invitan a volver a escuchar la que tenemos dentro y que muchas veces olvidamos entre imperativos horarios cortantes, citas agitadas y silencios imperiosos.

La Vanguardia 03/12/2002

 

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