«La prueba del algodón»

 

rambla 2¿Cuánto cree usted, amigo lector, que deberá andar para visitar dos palacios o un teatro de ópera? ¿Cuántos pasos calcula que tendrá que dar para escuchar un buen conjunto de rock, una canción eslava, un sensible violín o unas melodías latinoamericanas? ¿Cuánto dinero considera que deberá gastar para llevar a sus niños a ver un espectáculo de títeres o de mimo, o para invitar a su cuñado a deslumbrarse frente a una pareja que baila un tango? ¿Cuántas vueltas piensa que tendrá que dar para comprar un periódico, un jilguero, una tortuga, un manojo de lechuga fresca o un geranio?

Le pregunto todo esto, amigo lector, mientras garabateo esta postal desde la Rambla. Ahora que se festejan los diez años del noventa y dos, recuerdo aquellos días en que la Rambla era la otra sede olímpica, y todos los que la caminaron entonces -como ahora- fueron también, de una u otra manera, sus protagonistas. No hicieron falta medallas para sentir que los ramblistas habían ganado la fiesta de la amistad y de la alegría.

Hoy se habla, se escribe y se discute sobre la Rambla y la seguridad ciudadana, sobre la Rambla y la imagen que debe dar a sus visitantes. Los que saben y deciden tendrán que responder a estas críticas con la eficacia y la proyección social que se les exige. Mientras, los habituales de siempre, los esforzados artistas, los habitantes de este paseo sin parangón en el mundo, seguirán aportando su granito de arena a las soluciones de estos nuevos males, manteniendo los contenidos de sus creaciones, de sus libertades, de su compromiso con la gente a través de dar arte y parte a la luz plena del día o, incluso, bajo el rayito de una farola de diseño.

Porque no servirán de nada leyes o decretos y ninguna orden municipal, si no venimos todos a la Rambla a poner el hombro para que recupere esa sonrisa de muchacha feliz. Y no le pidamos a la Rambla, por favor, «la prueba del algodón.»

La Vanguardia 12/08/2002

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