La flauta del «colgado»

LA PRIMERACiudadanos de un mundo que los ignora o los contempla entre la curiosidad y la admonición, ahí están los colgados, caminando la Rambla sin saber exactamente si suben o bajan o arrumbados en cualquier esquina, rodeados de sus perros fieles, flacos y pulgosos, que van con ellos como aquellos canes invisibles que ladraban bajo las patas de «Rocinante».

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Cargan ellos una parafernalia de botas heridas, cadenas elocuentes y hasta tatuajes imborrables que vociferan su militante antifascismo. Ellas, por su parte, reniegan de la moda, de todas las modas imaginables, calzando negras medias invariablemente agujereadas, faldas con desaliño y alguna raída chaqueta con aire de vaporosa independencia estilística.

De pronto, desde dentro de ese búnker metafísico del más allá de todo, surge la música de una flauta. Simplemente una música, que al correr de las horas va convirtiéndose en una salmodia hipnótica, que sólo desaparece por unos instantes, cuando un grito indudablemente rabioso, desde un balcón anónimo, ejerce sin piedad de crítico musical y algo más.

¿De dónde vienen estas sombras que sobreviven en medio de tanta indiferencia? Tal vez del mismo ángulo de sus biografías al que regresarán, casi todos, sin duda, cuando la vida, y eso que ellos llaman despectivamente «el sistema», con sus oscuras y turbias maniobras de dominó los vaya arrinconando sutilmente.

Un día, por ejemplo, les espetará un hijo, con todo lo que eso supone; otro, se producirá la llegada de unos gastos mensuales imprevistos e insalvables; el siguiente, la primera pasada por el cajero del súper, ya ahora bajo la respetuosa mirada del «segurata», y quizás, cualquier otro día, la compra de la primera tarjeta multiviajes de metro. En cambio, lamentablemente, aquellos que no supieron -o no pudieron- hacerle una verónica salvadora al recorrido mortal del bus 38 con destino final en «Can Tunis«,HEROINA esos ya no podrán volver ni a su propio pasado. Son los perdedores sin retorno.

Cuando el tiempo se coma poco a poco aquellas historias sin tiempo, tal vez el hoy respetable cabeza de familia que ayer fue un colgado durmiendo en la ochava de un «McDonald’s» acaricie una flauta silenciosa y triste que ha salvado del olvido, mientras se escucha aullar de nostalgia a los pulgosos perros en «Rosebud».

La Vanguardia 14/07/2003

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