La fiesta de vivir

VILLA ILUMINADA DE ATLXICO PUEBLA

2En uno de los límites del péndulo que es el tiempo se nos va otro año, instante y lugar que solemos aprovechar para hacer esa especie de balance endógeno que teníamos olvidado y abandonado entre la tarjeta del metro y los goles televisivos del domingo.

Estos días cruzamos la ciudad mientras los socios de los comerciantes de la calle tal o cual preparan expectantes las estadísticas que más tarde confirmarán, o no, si esas coquetas y tintineantes luces navideñas que iluminan las aceras de sus reinados -y que casi todos han pagado quejándose del gasto, como siempre- les redituarán en más ventas, en más beneficios y, por supuesto -y aquí está una de las claves del éxito comercial-, en comentar con sus empleados el orgullo de ser ellos también protagonistas de su calle y que ese toque de distinción es mucho más beneficioso que pedir aumento de salario.

La ciudad está de luces, de bolsos con regalos, de regalos con sentimiento o con hipocresía, de grandes superficies, como se denomina ahora, al colmado de la era de la globalización y de las guerras libradas en nombre del bien. Y de Dios.

Los inmigrantes ajenos a nuestra cultura, nos miran atónitos cuando cargamos flamantes arbolitos, figuritas, bolas de colores y de luz, perfumes, billeteras, corbatas, ordenadores, móviles. Ellos tienen otros fines de año, otras navidades. Y tal vez, también, otros bolsos, otros festejos y ornamentos, otras ficciones. Y allá vamos nosotros. Tratando de aparcar el coche lo más cerca posible de la boca de expendio. Todo está profusamente iluminado.

¿Nosotros? ¿No habíamos quedado que era ésta la oportunidad de hacer un balance de nuestras viejas jornadas? ¿Dónde? ¿Cómo encontrar un hueco en medio de tantas compras, de tantas comidas, de tanto preparar belenes cada vez más sofisticados? Tendremos que abrirnos paso a codazos hasta llegar al cóncavo de la soledad para poder dialogar con nuestros propios abismos, con nuestros propios sueños incumplidos por inercia o algo más doloroso, con nuestros propios gritos de libertad y amor que intentamos vomitar en medio de la rutina. Pero increíblemente somos más que nuestro silencio, somos más que nuestra monotonía y la insultante pantalla. Somos más, valemos más. Disfrutemos, entonces, en nombre de nuestra propia existencia, de la más luminosa de las fiestas: la fiesta de vivir.

La Vanguardia 27/12/2004

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