Hijos de su madre
Posted on 15 marzo, 2015 in Artículos en La Vanguardia
El intento por erradicar un insulto o un epíteto deleznable casi nunca alcanza su éxito porque estas voces suelen estar tan incrustadas en la vida cotidiana que se incorporan de una manera casi «natural» al coloquio social. En esta oportunidad el columnista invita a reflexionar sobre un numeroso grupo de niños que cargan injustamente con un estigma que no debe serlo.
Nos referimos a esos niños y a sus madres, a esa hermosa relación, en definitiva, que existe entre todos los niños y todas las madres del mundo, sean éstas bordadoras, amas de casa, funcionarias, dirigentes políticas, campesinas, enfermeras, taxistas, prostitutas, juezas, deportistas, empresarias, dependientas, etcétera.
A nadie se le ocurriría, por ejemplo, insultar con un «eres un hijo de ingeniera», o «un hijo de florista», o «un hijo de soprano».
¿Por qué, entonces, se ha extraído de todos los trabajos uno en particular para utilizarlo como ofensa y soez definición? ¿Por qué ser hijo de alguien que ejerce un oficio como cualquier otro (tal vez el oficio más viejo del mundo) debe cargar esa situación normal como un castigo? ¿Y por qué, por ejemplo, el «hijo de cliente de prostituta» no lleva la misma carga? ¿Nos hemos detenido alguna vez a pensar en esos niños? ¿Desconocemos acaso que sus madres son empujadas, en su gran mayoría, a una actividad laboral que no desean pero de la que no pueden escapar por mor de una determinada situación social o por el despiadado entramado de una acción mafiosa, que actúa sin ningún tipo de escrúpulos?
Y encima, nosotros, la sociedad «decente» y «políticamente correcta», ensuciamos las sonrisas de sus hijos con esa frase que lanzamos como el más cavernícola de los insultos y que suele escucharse muchas veces en miles de gargantas, manchando de estiércol un bello estadio de fútbol.
Tal vez el tiempo nos convoque a todos a una exhaustiva revisión de nuestros desaciertos. A todos nosotros. No hay dentífrico ético que nos limpie completamente la boca.
Pero por lo menos, intentemos que los «hijo de…» sean, también, un poco nuestros hijos.
La Vanguardia 11/03/2003