Fragmentos de Dios

1Si algunos logros ha alcanzado el hombre al bajar un día de los árboles, no cabe duda que la razón y la espiritualidad son las conquistas distintivas de ese gran cambio de hábitat y comportamiento. Al pasar por los meandros asombrosos de la existencia, aquellas dos cualidades vivieron juntas momentos de privilegiada armonía y otros, -quizás demasiados- de encono e incomprensión, hasta alcanzar niveles increíbles de crueldad y tragedia.

La razón, desvirtuándose a sí misma, suele mancharse por estímulos que nada tienen que ver con la virtud o la solidaridad, sino, más bien, con el despojo, la avaricia, la opresión, y una agresiva presencia expresada desde el mismo poder político, militar y económico, hasta convertirse en un solo polo de abyección y muerte, justificado en intereses que se anteponen a tanto al respeto como a la vida y al contenido de una dignidad posible.

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Pero también la espiritualidad –utilizando una imagen de piedad, o un mensaje seráfico y sutil de engañoso deber- toma el testigo de lo más execrable de la praxis humana para convertirse, sin más, en una despiadada máquina criminal, sirviéndose para ello, del nombre de un dios que impone su omnipresencia desde los altavoces de cualquier forma de púlpito.

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Para unos, “el clemente” o “el misericordioso”, para otros, el que seleccionó un pueblo por sobre los demás, pero para todos y cada uno, “el único”, definición donde compactan las creencias que hoy conviven con nuestros viajes espaciales y el mapa del genoma humano. El país más poderoso del planeta ha burilado en sus monedas la siguiente oración: “En Dios confiamos” logrando de este modo la verdadera y más sincera síntesis de esta conjunción que nos está llenando de sangre y dolor. Con el respeto que nos da nuestra visión del mundo, (donde no caben ni “tablas de la ley”, ni reencarnaciones, ni visiones de arcángeles), pensamos que la fe debería ser una percepción íntima, (sin necesidad de bien intencionados parlamentos sincréticos como los que trajinan estos días el Fórum), y que sea esa misma actitud, la que lleve a los creyentes a unir tantos pedazos de ese dios que ha fragmentado el mesianismo y la locura, reconociendo, en definitiva, que la única “verdad absoluta” es la búsqueda de un mundo mejor para todos. ¿O no será esta, acaso, la auténtica misión que dará un posible Dios reconstituido a los seres humanos?

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La Vanguardia 17/7/2004

 

 

 

 

 

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