El secreto de Miquel
Posted on 15 marzo, 2015 in Artículos en La Vanguardia
Alguien que logra cultivar amigos a puñados en medio de este páramo en el que se convierten, a veces, las grandes ciudades es, sin duda, un ser excepcional, imprescindible e inolvidable. ¿Cuál fue el secreto de Miquel Pallés para convertirse en ese hombre capaz de convertir un simple encuentro en el primer momento de una entrañable amistad y una bella y cálida relación humana?
El Ayuntamiento de Barcelona quiso aproximar una respuesta a esta pregunta editando un libro de homenaje al más emblemático florista de la Rambla. Podríamos afirmar con Borges que ese libro pudo haber sido infinito si Mayka Navarro –que con tanto mimo preparó la edición– no hubiera puesto un límite a la cantidad de colaboraciones que recibió y que superan, con creces, el contenido final de la publicación.
Por eso, el miércoles pasado, en la presentación del libro, uno entraba al patio de la Virreina para encontrar en los ojos y la emoción de los invitados el recuerdo de aquel eterno muchacho que parecía vivir siempre en el país de la alegría. Miquel y Rambla son sinónimos. Hay floristerías por toda Barcelona, pero no me imagino a este enorme pedazo de “corazón con pantalones” –como decía el poeta Mayakosky– en otro sitio que no fuera su lugar (subrayemos “su”) al pie de una mesa con flores y charlando con un amigo.
El alcalde Clos comentó en la presentación que el puesto de Miquel servía como una especie de frontera que dividía la Rambla en dos, tal era el énfasis que la figura del florista imponía en el paseo. Quedan en el libro, junto con la imagen de avispa, los testimonios de personas famosas y otras anónimas. A Miquel no le importaba si el que se acercaba era un ídolo de las multitudes, un político en el candelero o uno de esos paseantes que “ramblejeaban” cargados de duras historias y ásperos presentes de sobrevivencia.
Él abrazaba así, a lo bestia, a lo tremendamente humano, a lo inmensamente tierno, sin exigir estatus ni ornamentos. Era, sencillamente, el amigo abrazando a otro amigo. Y además, si te intuía en esos días un poco bajos, te daba de propina una palmada en el hombro que era como darte una señal de esperanza. La nomeolvides –que era su flor preferida– plantada en el jardín donde descansa nuestro amigo ya ha florecido. Miquel, amigo, ¡cómo no va ser una presencia permanente tu sensible magnitud!
La Vanguardia 19/04/2004