El bohemio café de barrio

 

001 (3)No voy a repetirte la salmodia de las crueles noticias que te llegan desde estos lugares. No, en esta postal quiero contarte de un Buenos Aires que todavía respira esquinas de bohemia amuralladas tras esos inmortales cafetines (que ustedes llaman bar) donde el exprés o el cortado comparten soledades o tertulias.

Hace frío hoy en esta ciudad que Borges juzgaba «tan eterna como el aire y el agua» y voy al encuentro de refugio y calor en una mesa quemada por los puchos (que ustedes llaman colilla) y vaya a saber por cuántos arañados poemas de amor no correspondido, mientras el mozo (que ustedes llaman camarero) se acerca con su andar cansino y milenario y una sonrisa de salario congelado.

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El café es la meca del bohemio. Aquí están los otros, el truco, el vermut de los domingos, los fracasados de siempre como una emocionada imagen dolorida y tanguera; aquí, en el viejo café de barrio, habitan los veteranos que todavía recuerdan su pasado de esmoquin y pernod y hay quien rememora legendarios bailarines de milonga de dos por cuatro, y quien añora, después de años de empecinada partida, una lejana aldea de Galicia o de Calabria.

En un rincón casi anónimo del café, otras sombras juegan una partida en la última mesa de billar salvada del embargo del tiempo. Mientras ese cosmos sobrio y austero orbita entre sus misterios y sus parroquianos, afuera, por la ancha y panzuda vereda (que ustedes llaman acera) pasan los pibes (que ustedes llaman niños), con sus guardapolvos blancos, hacia la escuela de la otra cuadra (que ustedes llaman calle). Cuando llegues desde Barcelona a este Buenos Aires que está del otro lado del gran charco, nos iremos a compartir una tarde en esas mesas con biografías de sentenciados finales. Entonces, ya no serás un turista, te convertirás, vos -tú- también, en un porteño que ejerce el más profundo oficio de esta ciudad: la amistad. Te espero. Estás invitado.

La Vanguardia 16/07/2002

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