El árbol leído

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111 (2)La escena transcurre en una mueblería. El cliente busca un mueble donde pueda lucir la enciclopedia recién comprada. «Tiene un lomo bellísimo con incrustaciones doradas», señala el necesitado al vendedor que, resignado, postrará su opinión de lector frente a su crematístico deber.

Es tal la majestad del libro -que de eso estamos hablando-, llámese enciclopedia, novela, poesía, escolar, técnico, biográfico, ensayo, político, autoayuda, religioso, y la larga lista del IBSN que es capaz de ofrecer solamente su estética a quien, como el comprador de la mencionada mueblería, lo necesita para decorar el estante de la sala y jamás meritará su contenido. Si la cultura de un país se mide por su índice de alfabetización es porque todos, de una u otra forma, somos hijos de los libros.

También los rasgos de las tiranías y la barbarie se miden por las llamas de los libros quemados. El libro se sobrevive a sí mismo porque encierra lo más hondo del corazón del hombre, ese territorio arcano que se revela en las páginas para proclamar su íntimo mensaje y su estelar memoria. Y «si no siempre entendidos, siempre abiertos» para poder ejercer su misionera tarea. Los que en tiempos lejanos fueron papiros, pergaminos, rollos, en la actualidad son producto de la «docta emprenta». Tal vez un día, muy lejano, sean las voces de Fahrenheit 451 en la espesura del bosque resistiendo junto al árbol que regresará al papel.

111 (5)Siempre el libro. Esa cordialidad entre las manos, esa amistad leída. Él nos acompaña a la antesala del sueño hasta caer con nosotros entre la almohada y la sábana en solidaria compañía. Se salta con ilegal oficio el molinete del metro dentro de nuestro bolsillo para hacernos mucho más corto el legendario trayecto hacia la faena. Carga en la mochila su inefable presencia junto a nuestra proteica juventud estudiantil.

En el ocaso -cuando en la vida se han pasado muchas páginas-, el libro se abre para la melancólica mirada del recuerdo escrito para siempre. Que nadie nos quite la emoción de leer, que nadie nos quite la alegría de regalar un libro. (¿Regalar páginas web? ¡Por Dios!) El día del libro. Y viceversa

La Vanguardia 23/04/2002

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