Desde la rambla, con dolor

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Camino por la Rambla apretada el alma por las imágenes que llegan de Argentina como un cuchillo cortando el asombro. Amigos y conocidos me detienen con la misma pregunta llena de espanto: «¿Cómo es posible que en un país tan rico ocurra…?». Trato de responder a esa fraterna ansiedad que veo en sus ojos. Pero no puedo.

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Si los medios de comunicación hubieran, tal vez, mostrado mucho antes la otra realidad argentina, aquella de las villas miserias, del masivo trabajo en negro, de las corruptelas sindicales, políticas, jurídicas, policiales y hasta deportivas, que supuran sus detritus desde hace años, si hubieran escarbado dentro del mapa de ese país que parecía feliz porque mostraba una clase media consumidora de electrodomésticos y viajes «prêt-a-porter», (y que hoy aturde justicieramente en las esquinas con cacerolas y silbatos), mientras al mismo tiempo crecía en silencio un ejército de millones de seres que subsistía al margen de aquellos frágiles bienestares, hoy podríamos responder a la pregunta.

CLARIN (5)Sólo la cultura, como una isla en medio de tanta ficción, mantuvo el tipo y la decencia. El país es rico. La gente no. No somos un país de ladrones, somos un país de robados.

Hace años que las villas miserias y los barrios marginales ocultan un país duro, con leyes de un micromundo impenetrable y agudo donde hierve la sed de trabajo junto con los dientes apretados mordiendo delincuencia, droga, prisión, odio, sangre. El chulo de esta miseria ha sido siempre el poder. A veces disfrazado de populismo, otras de democracia al mejor postor, otras de sable y picana y otras de frivolidad, corrupción e ignominia.

La gente se ha movilizado para expulsar del Gobierno a un guiñol que sólo quedará en la historia como el suegro de Shakira. Y los asesinados, una vez más, arañarán la conciencia de todos. Argentina es hoy un campamento de refugiados bajo la carpa de su tragedia que no acabará con un nuevo presidente. Porque, ¿que pasará cuando se termine el último paquete de fideos lícitamente saqueado por hambre? Y lo que puede ser más peligroso: ¿qué inescrupuloso pescador está acechando frente a este río revuelto, confuso y desbordado?

La Vanguardia 25/12/2001

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