Posted on 15 marzo, 2015 in Artículos en La Vanguardia
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Caminando por el Raval, entre sus babélicas calles, recordamos el Génesis, 12, cuando el Señor le dijo a Abraham: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré». Pero no fue el Señor quien envió a su hijo a convivir hacinado en un destartalado piso de la calle Hospital, o la calle Cadena, sino el hecho más terrenal de escapar de la miseria, de la guerra y, ¿por qué no?, de una casi inevitable locura.
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«Los viejos exceden«, solía decir mi abuelo, con esa especie de lenguaje encriptado que había traído de las estepas y que asolaba mis afanes interpretativos. Luego se retiraba a un rincón del patio de la casa, miraba a lo lejos, de cara a una pared, mientras en la piedra rebotaba una lágrima que supe muy tarde.
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El presidente del Gobierno central sale de su dormitorio ya vestido y acicalado y se dirige en pocos pasos a su despacho oficial. No coge el metro, no llama un taxi, no saca el automóvil del aparcamiento, y solamente saluda a uniformados custodios y a circunspectos asesores, mientras le acercan sumarios resúmenes de prensa. La Moncloa no tiene vecinos a su alrededor.
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En el arte de las definiciones casi axiomáticas que tanto practican adustos expertos como mediocres tertulianos radioafónicos, el concepto sin techo (en el idioma imperial: homeless) nos conduce a esa sombra que camina a nuestro lado por las calles de la ciudad, sin rocín, sin lanza en astillero, cargando una bolsa o un apretado paquete de cuyo contenido «no quiero acordarme», pero acompañado, a veces, de un galgo flaco y resignado a ese destino común de ser nadie, un «NN», un nomen nescio, que ha perdido hace mucho tiempo su DNI, su presencia y su pasado.
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Dejados atrás los días de las rebajas, y enfrentados ahora a la tentación de las súper ídems, se nos ocurre reflexionar sobre el asedio y acoso que sufrimos los consumidores a lo largo de todo un año. Se afirmaría que no hay un periodo de tregua: cuando pasen las dichosas rebajas, por ejemplo, se nos vendrán encima las marquesinas anunciándonos que “ya es primavera” en no importa dónde y, por lo tanto, hay que pasarse frente a las vidrieras de la ciudad para ver –y comprar– los nuevos modelos de temporada “que este año…”.
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La ciudad arde, pero a él se le ve cruzar la Rambla con severo semblante, abstraído vaya a saber uno en qué intrincados pensamientos. Lleva sobre la cabeza un casco de perdidas guerras que hubieran invitado a Conrad a una nueva leyenda. Talla nuestro hombre una chaqueta de cuero carcomida en mil calendarios y, debajo, una afelpada y poluta camisa que cubre -se percibe, apenas- una camiseta otrora blanca. No sabemos su nombre, ¿para qué?, pero este majestuoso loco quecamina con este «look»
entre la gente casi desnuda nos arroja lejos las recomendaciones de protección civil: ropa ligera, beber mucho líquido, etc.
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Una prestigiosa casa de subastas londinense ha intentado vender por segunda vez las galeradas de imprenta corregidas de «Cien años de soledad», la celebérrima novela del Nobel Gabriel García Márquez. La oferta apareció en el mostrador con un «toque» de salida superior a los trescientos mil euros.
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(Aviso a navegantes: la Rambla de los Pájaros ha desaparecido y ahora se instalaron kioskos de caramelos y helados…ya no se escuchan los trinos)
El caminante deja Canaletas rambla abajo y cruza una frontera que lo lleva a una especie de microbosque en medio de la gran ciudad. Está entrando en la «Rambla de los pájaros», donde los sonidos gorjeantes de las aves le dan la bienvenida y hasta lo invitan a silbar a coro.